Deuda Pública

Droghi por Pedro Narváez

La Razón
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Tiene cara de malo de película, el envés de James Bond. No es feo aunque podría parecerlo y mantiene intacta una elegancia burocrática que da alguna pista de su origen italiano, ese país donde le hacen vudú en el idioma de sus padres y donde hasta los socorristas de las playas organizan huelgas para hacer más visible que cualquiera puede ahogarse en su propia porquería. Los alemanes se refocilan en el mar Tirreno mientras miran a los nativos como salvajes, que en cualquier momento pueden echárseles al cuello y los italianos se preguntan qué pócima ha tomado Draghi para convertirse en Droghi, trasunto de un yonqui al que Merkel racionaliza la sustancia mágica del poder y la gloria, el droghi de Draghi. Para no pocos italianos, que Draghi hable su propio idioma es la desgracia que deja este verano como los noruegos se avergonzaban hace un año de la lengua de Breivik. El calor adormece las revoluciones así que no se espera ningún acto caníbal. Todavía los germanos pueden dormir tranquilos, confiarse de la alta protección que da agosto. Pero mientras los cucos conquistan los nidos de pájaros ajenos, los italianos, como los españoles, preparan barricadas de fuego que algunos proponen que lleguen más allá de los Apeninos o de los Pirineos. Los «pacifistas» piden guerra. Draghi le ha cogido el gusto a la fotogenia. Sabe perfectamente cómo poner su mejor perfil y su peor cara. Como aquel perro de la magnífica «Up» ya le sale una voz ridícula que desentona con su aspecto de severidad. No tomar en serio a un tipo triste. ¿Puede pasarle algo peor?