Murcia

El agujero negro del déficit por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Hay sectores interesados que quieren llevar el debate reformista a una suerte de callejón sin salida: ¿recorte del gasto público: sí o no? Como siempre suele suceder, cada una de las opciones ha sido fagocitada por un polo ideológico: el socialdemócrata, que se opone a cualquier reducción de la inversión pública; y el liberal, que aboga por un control férreo de los balances de las diferentes administraciones. Intentar responder taxativamente a un dilema como éste es igual que querer elegir entre papá y mamá a la hora de priorizar tus querencias. Porque, en realidad, tanto el recorte del gasto público como el aumento de las inversiones son medidas que la actual coyuntura exige acometer con la mayor celeridad posible.
Es lógico pensar que, en un panorama tan deficitario como el actual, sea necesario hacerlo todo y al mismo tiempo. Pero física y metafísicamente esto es imposible. Por cuanto hay que reconfigurar el tenor de la interrogante inicial: ¿qué se debe hacer para generar un panorama futuro en el que todas las acciones que contribuyan positivamente al crecimiento económico puedan convivir, sin que ningún sector o política se vean mermados? Aquí está la clave de todo: diseñar un relato –con su principio y su fin, sus desarrollos- no quiere decir que se renuncie a ninguno de los elementos «clásicos» de la narración; lo que se busca, antes bien, es ordenar cronológicamente la aparición de cada uno de tales elementos, a fin de que la historia mantenga la tensión suficiente y sea posible. Y, desde luego, en las presentes circunstancias, la escena por la que toca iniciar este relato de la recuperación es la de rebajar drásticamente el déficit de las administraciones públicas. Si no se comprende que el inicio de cualquier política reformista ha de venir dado por esta medida inaplazable, mal vamos. El déficit aparece, en estos momentos, como un enorme agujero negro capaz de tragarse cualquier plan de incentivos o de reactivación que se proponga. Y le demos las vueltas que le demos la realidad es contumaz: en un país en el que el desarrollo del tejido empresarial se encuentra tan subordinado a la salud de las administraciones públicas, y en el que el impago a proveedores está desfondando a las empresas grandes, medianas y pequeñas, es primordial equilibrar presupuestos. No puede haber cambio de modelo –esto es, menos dependencia de lo público- si, con anterioridad, las empresas no han recuperado el músculo necesario como para transformar su estructura orgánica. Así que abandonemos las demagogias y vayamos al grano.