Literatura

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Los inolvidables de César Vidal: «La Celestina»

La Razón
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Descubrí «La Celestina» cuando no pasaba de los siete años gracias a una antología de Menéndez Pidal. Los encomios de la obra y el saber que Cervantes la calificó como «libro a mi entender divino si escondiera más lo humano» me impulsó a buscarla con verdadero interés dos o tres años después. Son docenas las veces que he releído el clásico del converso Rojas y no consigo evitar que me sobrecoja cada vez que lo hago.

En la España que se preparaba para ser imperial, que sabía lo que era coronar la victoria contra los invasores islámicos tras ocho siglos de combates, que se lanzaba hacia el Mediterráneo y el Atlántico, la vida del pueblo discurría sobre patrones menos gloriosos. En su existencia cotidiana, la religión era superstición; la devoción se convertía en ocasión para ocultar las bajas pasiones y a la lujuria se juntaban la codicia, la soberbia, la gula y el resto de los pecados capitales. Que nadie busque la grandeza moral o la elevación espiritual porque no aparecen por ningún lado en «La Celestina» y, sin embargo, pocos libros españoles habrán tenido un influjo mayor en la cultura universal y resultan más contemporáneos.

La mujer que intenta conseguir sexo por cuenta de tercero ya aparecía en la Trotaconventos del «Libro de buen amor» y vuelve a hacerlo en la Ponedora de «El hereje» de Delibes. En cuanto a los que viven del engaño, como es el caso de Pármeno y Sempronio, son un claro antecedente, más áspero y brusco si cabe, de los pícaros que surgirán ya con personalidad propia en el siglo XVI para no marcharse jamás de nuestra Historia. Pocas obras pueden contribuir a aniquilar más la leyenda rosada de la grandeza española que «La Celestina» y no cabe extrañarse de que brotara de la pluma de un converso que sabía que la envidia podía acabar con él, que la visión de casta nunca permitiría su plena integración y cuyos familiares serían desenterrados y juzgados por la Inquisición. Quizá sólo Calixto y Melibea sobrevuelen en su idealismo sobre un contexto insoportablemente duro y mezquino, pero si es así es sólo para estrellarse –literalmente– contra el suelo de la realidad. Lo dicho. Hay que leerla, releerla y meditar en ella.