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Pan y tortas

La Razón
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Sacó Gallardón a su perro a pasear acompañado de su mujer y al animalico se le ha debido de cerrar la vejiga para una larga temporada. Ya saben los dos o tres que me leen que yo al alcalde de Madrid no es que le tenga precisamente apego ni que tire cohetes por su gestión en la ciudad en la que padezco sus altísimos impuestos, sus enormes inversiones y su descomunal deuda, pero me dejaría cortar las cartucheras con un hacha y sin anestesia antes de montarle ese pollo, mucho más a las puertas de su casa. Yo soy de usar el voto en el sentido que cada uno quiera y de manifestarme si la cosa es civilizada y sin antidisturbios, pero por lo visto, ahora se lleva quedar por Facebook para acogotar alcaldes.
El caso es que sacó Gallardón a su perro e, inmediatamente, y vistas las escenas, se alzaron voces en contra del sucedido, como era de justicia y de esperar. Primero, porque está feo eso de ir a acojonar a la gente en mangas de camisa, con su familia delante y teniendo las de ganar. Segundo, porque lo de protestar porque no haya música en el Orgullo de Chueca y con la que está cayendo es, directamente, desactivar otras protestas y dejarlas por los suelos al compararlas a la exigencia de un petardeo de bafle durante un fin de semana. Puede que sea oxigenante y que nos oree la cabeza, pero las fiestas no son más paréntesis que los que nos permitimos en este estado del bienestar cada vez más flaco. Unos dirán que esas celebraciones, las del Orgullo Gay, significan mucho más. Oiga, señora, es que Vd. olvida que ha costado mucho llegar a este punto y que los homosexuales tienen aún mucho trecho por delante y que no es un jolgorio en sí, sino una manera de exteriorizar el grito por los derechos de los que todavía carecemos. Nada que objetar, excepto a que la fiesta tenga que pasar por encima del descanso de los vecinos del barrio, o de lo que le salga de las narices a los vecinos del barrio, que para eso viven, saben dónde viven y no les gusta que se les orinen en las puertas. Porque puede que queden muchos aspectos que resolver para que los gays sean iguales a los heteros, pero en las fiestas se comportan exactamente igual, es decir, se alivian y manchan clavaditos.
Tercero, porque pegarle un disgusto a la mujer y al perrillo de Gallardón parece una meta mezquina, mucho más cuando lo único que se saca de todo eso es contemplar a un señor impotente y superado por los insultos y la furia de los contrarios, muy superiores en número y en energías. Y cuarto, porque los aficionados a coger el rábano por las hojas, señalarán a los gays. Y resulta que sus portavoces se desmarcan. Resumiendo: un pan como unas tortas.