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Malos aires
Me entero que el Ayuntamiento publica on line los datos de calidad del aire y, como todo es cultura, corro a sumergirme en la página web para tener datos con los que rebatir a los que me critican porque fumo pero viven en pleno cogollo de la capital. Terrorífico, oigan. Me encuentro con que no solo respiramos monóxido de carbono a paladas, que lo intuíamos, sino que nos metemos entre bronquio y bronquiolo unas señoras raciones de dióxido de azufre y de inquietantes partículas en suspensión de las que no se dan más datos, pero que deben ser el equivalente a la caspa que se desprende de la boina de contaminación que nos rodea. No les aconsejo la experiencia.
Entre pensar que han empezado las nieblas matinales y saber que lo que flota en el ambiente es una dosis extra de dióxido de nitrógeno hay un mundo, y aunque el hecho de que Ana Botella vaya a trabajar sin mascarilla me tranquiliza un tanto, preferiría no haberme enterado de lo de las partículas. Me bastaba con saber lo que sabemos todos: que respirar en Madrid, además de un asco, es también un milagro.
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