Museo del Prado
El retrato por Alfonso Ussía
Se cuenta de un enriquecido súbito que no se perdía ni una subasta de arte. Acudía acompañado de su asesor histórico. Compraba retratos de antepasados de otros para adjudicárselos posteriormente. Llegó hasta el siglo XVI, centuria que reconoció humildemente, era la del inicio de su dinastía. Fue descubierto cuando un invitado a su casa quedó algo extrañado al contemplar el retrato del bisabuelo. «No sabía que eras biznieto del príncipe Goldorouki. Somos parientes». Después de tan inoportuno comentario, que solazó sobremanera al resto de los invitados, el imprudente prosiguió: «Este retrato era mío y lo subasté». Aquel episodio tuvo una gran resonancia social en el viejo Madrid de los dimes y diretes, y todavía hoy, a los hijos del coleccionista de antepasados se les conoce por los «Goldorouki», aunque no sea ese el mote al uso, que omito y camuflo por razones de bondadosa cortesía.
Con los retratos pasan cosas raras. Un noble tronante, diplomático, caprichoso y muy pegado a sí mismo, tenía en su casa norteña una galería en la que se exhibían –esos de verdad–, los retratos de sus mayores. No le gustaban. Eran muy feos para ser sus antepasados, y contrató a un pintor para que les adaptara a todos su rostro. «La verdad –le comentó una de esas pesadas que se cuelan en las casas en el mes de agosto–, que te pareces muchísimo a todos. No se puede negar que tenéis un marcado aire de familia».
La moda del retrato solemne ha menguado de uso. Los grandes pintores retratistas tienen menos trabajo que antaño. Ministerios, bancos e instituciones mantienen la tradición de retratar a sus ministros y presidentes con el fin de adornar la tradición. Y me parece bien. En el Congreso de los Diputados comparten protagonismo sus presidentes, y José Bono, con sobrado derecho, eligió al pintor Bernardo Torrens para que lo inmortalizara en lienzo al óleo. Bernardo Torrens ya está presente, como artista, en la galería de los presidentes del Congreso, por ser autor del retrato de Félix Pons, que no está nada mal y se parece al modelo.
El problema no se ciñe a que Bono se haga un retrato, sino a la oportunidad del momento. El actual Presidente, Jesús Posada – que ya piensa en el suyo–, no ha tenido inconveniente en aprobar el presupuesto artístico, que en un principio ascendía a 94.000 euros, y que Pepe el de las Rebajas ha ajustado en 70.000 euros más el IVA, que redondea la adquisición en 82.600 euros. En unos años, nadie habría concedido importancia al gasto, que es tradicional y obligado, pero con la que está cayendo, a una buena parte de la sufrida ciudadanía no le ha sentado excesivamente bien el dispendio. No quiero decir que un retrato firmado por Torrens no valga esos 82.600 euros. Es un buen retratista y de sobrarme el dinero, no tendría inconveniente en que me pintara un retrato a caballo, que es mi gran ilusión, porque no sé montar a caballo y me da bastante susto. Pero no es el momento adecuado para culminar tan importante proyecto artístico, y las protestas se acumulan en el despacho de Jesús Posada, que es un Presidente confuso y todavía aturdido.
A mí, personalmente, me interesa más la culminación artística de la obra y sus pormenores. Si José Bono posó con anterioridad a su implante capilar o ya con el entretejido adaptado a la chochola y cuero cabelludo. Si el tono de su frondosa cabellera inmortalizada en el retrato, responde a los mandatos de la naturaleza o a los milagros de la tintorería peluquera, y si aquellas claras entradas frontales que su imagen mostraba han sido sustituidas por el artista por el travieso flequillo que hoy regala. Ardo en deseos de contemplar la obra culminada.
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