París
Prohibido vestir como hombres
Escondido entre legajos, en el país de la moda dormía una ley que prohíbe a las mujeres vestir con pantalón. No todos quieren derogarla, pero Carla Bruni da ejemplo
Carla Bruni-Sarkozy es, por su asiduidad a esta prenda, una Primera dama en pantalón, pero tamaña banalidad a nadie corre el riesgo de sorprender. De no ser porque la inquilina del Elíseo y esposa del presidente de la República estaría incurriendo en una flagrante ilegalidad. Al menos, técnicamente hablando. Enterrada en otras diez mil normas obsoletas pero, teórica y legalmente, vigentes a día de hoy se encuentra la ordenanza del 16 de brumario del año IX del calendario revolucionario que disponía lo siguiente: «Que toda mujer que desee vestirse de hombre debe presentarse a la Prefectura de policía para obtener una autorización que sólo se expedirá bajo presentación de un certificado oficial de salud». Semejante osadía no le habría rondado jamás la imaginación a la gran emperatriz Josefina Bonaparte, con la que si algo comparte la consorte presidencial dos siglos después, y seguramente con total ignorancia, es el «sometimiento» a una prohibición: la del uso femenino del pantalón. Con lo que, prácticamente, nueve de cada diez parisinas infringirían la ley cada día.Heredada de Napoleón Bonaparte, la normativa, adoptada en noviembre de 1800 durante el Consulado y aplicable en París y su región, todavía no ha sido derogada doscientos diez años después. Y no por falta de intentos sino por ausencia de voluntad política. «Es evidente que la ordenanza hace tiempo que cayó en desuso, que nadie la puede invocar y que la policía no puede detener a una mujer por llevar pantalón, pero no es lo mismo el desuso que la derogación, por lo que simbólicamente sería deseable que por fin se derogara», explica a LA RAZON, Christine Bard, autora de «Historia política del pantalón» (Editorial Seuil).
Moda sin géneroAdemás de por el paso del tiempo, si también ha quedado trasnochada es, según la historiadora francesa, porque por la evolución de la moda y con los avances en materia de igualdad resulta difícil explicar qué significa vestirse de hombre o de mujer. «Lo masculino y lo femenino ya no se definen a través del vestido. La noción de travestismo como recoge la ordenanza de 1800 no tiene valor en tanto en cuanto una mujer puede salir a la calle en pantalones, zapatos planos, una camisa, sin maquillar y no por eso se dirá que va vestida como un hombre», añade Bard, que durante meses ha buceado en los archivos policiales, incompletos en muchos casos, para preparar este libro que se publicará en agosto.Travestirse en hombre seguirá siendo un delito sin excepciones, salvo por razones de salud, hasta finales del siglo XIX, cuando una circular de 1892, confirmada en 1909, amplía la autorización a aquellas mujeres que entre sus manos sostengan «el manillar de una bicicleta o las riendas de un caballo». No es un avance descomunal, pero sí un paso adelante aunque, según Bard, especialista de la historia del feminismo y de la identidad femenina, no será hasta los años 60 cuando las mujeres le hagan, definitivamente, un hueco al pantalón en su armario. Eso sí, gracias al trabajo de feministas pioneras decimonónicas como la escritora George Sand o la pintora Rosa Bonheur. «Fueron de las primeras en adoptar una identidad masculina. Sabían que transgredían los códigos de la vestimenta y lo hacían con prohibiciones, amparadas por el Código de Trabajo, como el uso del pantalón en ciertas profesiones femeninas». Es el caso de vendedoras, azafatas y otras muchas empleadas sin otro remedio que aceptar la falda por razones de imagen si quieren conservar su puesto. Y hasta principios de los ochenta las diputadas tenían vetado el acceso a la Asamblea Nacional si se presentaban con el atavío característico del sexo opuesto. Pero ha ganado tanto terreno la democratización del pantalón que es ahora la falda la que peligra de extinguirse. Tan adepta es Carla Bruni al pantalón como lo era la política francesa Michelle-Alliot Marie en su época de ministra de Defensa, o siguen siéndolo dirigentes de partidos políticos, como la socialista Martine Aubry. A nivel internacional, la canciller alemana, Angela Merkel, es quizá, el mejor ejemplo. ¿Cuestión de credibilidad? «No exactamente», responde Christine Bard. «Ponerse el pantalón sigue siendo en nuestros días una manera de no ceder a la sexualización del cuerpo y las mujeres que están en la esfera pública lo que buscan es evitar una mirada sexista y sexualizante del público. Neutralizar su apariencia. De hecho, se les suele recomendar para que se sientan más seguras». Faldas recortadasSin embargo, desde hace unos años otra estrategia, radicalmente opuesta, se erige en competidora abogando por un estilo ultra-femenino. Entre sus mejores representantes en la política gala, la ex titular de Justicia, Rachida Dati, cuyo posado para una revista de actualidad, enfundada en un vestido Dior y con afiladas botas de cuero, arrancó suspiros y más de un comentario en la prensa. Y también la actual secretaria de Estado para el Desarrollo de la Economía Digital, Nathalie Kosciusko-Moriset, que no tuvo empacho en mostrarse con un traje tan transparente que apenas disimulaba la ausencia de sostén.Pero pese a los progresos, la expresión «¿quién lleva los pantalones?», tan válida en francés como en español, no ha desaparecido del lenguaje corriente. Y aun rezumando un aroma a tiempos pasados, sigue identificando esta prenda, atributo históricamente masculino durante siglos, al desempeño del poder. «Pero sobre todo, cuando se emplea –matiza Christine Bard– es para mostrar el riesgo de una inversión del equilibrio de fuerzas, de intercambio de roles, entre el hombre y la mujer». Un riesgo que siempre ha existido; y siempre, muy temido.
La primera no fue la últimaLas caricaturas del siglo XIX atestiguan cómo las feministas pioneras aparecen masculinizadas y ridiculizadas sistemáticamente con un pantalón. Y es que el hombre, temeroso de que usurpándole su apariencia le arrebataran el poder, siempre ha tenido miedo del mal llamado «sexo débil». La pintora francesa Rosa Bonheur (1822-1899) fue la primera mujer, de la que se tenga constancia, en vestir pantalones, además de llevar el pelo corto y fumar habanos. No fue fácil, porque para poder vestirse como un hombre en esa época, Rosa debía pedir un permiso administrativo «por motivos de salud», prohibiéndosele asistir así vestida a fiestas, bailes o espectáculos al aire libre. Rosa Bonheur argumentaba su solicitud porque tenía que asistir a ferias de ganado y le era más cómodo ir con pantalones. Tampoco ocultó su homosexualidad.
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