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Duro de pelar
El año 2012 ha llegado y lo hace con tal aspecto que si en vez de por sus propios medios hubiera llegado por SEUR, lo habríamos devuelto como mercancía estropeada y con carta de reclamación.
Nunca un año nuevo tuvo tan mala fama antes de empezar, ni empezó con tan malos augurios: desde los de todos los organismos económicos y financieros, que ya lo tachan de peor que 2011, hasta el de los mayas, que ya me dirán lo que podían saber ellos del déficit, pero que ya se olieron lo de la prima de riesgo y vaticinaron maldades a cascoporro para los próximos meses.
Don Juan Carlos, que ya tiene mucho corrido y sabe ya más por vivido que por Rey, lo avisó el día de la despedida del anterior Gobierno: vienen tiempos difíciles. De entrada, subida de impuestos para ir abriendo boca, aunque sólo sea para gritar; de salidas laborales, más bien pocas, porque el paro no dejará de moverse en dirección ascendente. Más ingresos y menos gasto para el Estado a base de que los ciudadanos ingresemos menos y gastemos más en sostenerlo. La ecuación posiblemente cuadre en términos macroecónomicos, pero deja a cuadros las economías familiares para las que este año, aún por estrenar, se presenta más negro que el cogote de Baltasar. La cuesta de enero, dicen, se prolongará doce meses, así que el esfuerzo que se nos exige no tendrá efectos a corto plazo. Pagamos los platos pero no habrá vajilla nueva. Nos deseamos feliz 2012 sabiendo que la felicidad nos la tendremos que buscar lejos de la cartilla de ahorros, que es lugar prosaico pero consolador. El mal que nos aqueja no durará cien años, pero sabemos que, por lo menos, será duro de pelar. Y encima, el muy puñetero, es bisiesto.
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