Literatura

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Últimas palabras por Ángela Vallvey

La Razón
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La semana pasada llamó la atención la esquela mortuoria de una difunta señora que talló en piedra su soledad.

Las últimas palabras nos hacen reflexionar sobre la condición humana: Por ejemplo las de la diva de Hollywood Tallulah Bankhead –un icono para las lesbianas– que murió a los 75 años muy cascada por el alcohol, el tabaco y los barbitúricos. Sus últimas palabras fueron: «¡Codeína! ¡Bourbon!». Mucho más simbólica y poética se mostró Harriet Beecher Stowe, autora de «La cabaña del tío Tom», que expiró diciendo: «Tuve un hermoso sueño». O Beethoven, que murmuró con resignación: «¡Qué lástima, Dios mío, qué lástima!» (pero se refería a un vino estupendo de Maguncia que le habían llevado a su lecho de muerte y que se derramó). El escritor noruego Knut Hamsun, mientras su mujer se empeñaba en colocarle bien la almohada, musitó: «Déjalo, Marie, si total ya me muero…». Más amargas fueron las del condenado a muerte Edward Johnson cuando se dio cuenta de que era tarde para recibir un indulto del gobernador; al llegar el momento nefasto, farfulló disgustado: «Ahora seguro que ya no telefoneará nadie». Claro que pocos serían tan bien educados como María Antonieta, que pisó a su verdugo antes de ser ejecutada y exclamó: «Le pido disculpas, señor». No dijo nada más. Peor fue lo de Ortega y Gasset, quien no dejó de escandalizar a todo quisque con sus escritos hasta el extremo de que, a punto de fenecer, se quejó irritado: «En este país, uno no puede siquiera morir en paz».

Si bien, nadie como Lady Montagu, esposa de un cónsul británico que viajó por Oriente escribiendo sus impresiones, y que dejó este mundo con una aguda observación: «Todo fue muy interesante». (Siempre lo es).