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A gobernar (ya)

La Razón
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Del nuevo ministro de Economía no espera Rajoy que sea Messi, sino un currante persuasivo. El presidente pone hoy el huevo de su primer gabinete habiendo sugerido que 2012 será un infierno y que les corresponde a sus ministros precisar las herramientas con que afrontarlo. Siento envidia de colegas míos que, escuchada la investidura, lo tienen ya todo claro: la hoja de ruta, los plazos, los sacrificios que haremos y la nueva España lustrosa que saldrá de la cura. Carezco de su agudeza visual; yo no alcanzo a ver tanto. El diagnóstico que del presidente me parece solvente; la solvencia del tratamiento que bosqueja no me parece posible certificarla. La tendencia de Rajoy a diferir las decisiones obliga a acompasar los análisis. Pese al esfuerzo de los populares por presentarse como anverso de la etapa precedente, se constata que no hay ruptura, sino ahondamiento en la política económica. El Parlamento ha aprobado, en el último año y medio, una reforma de las pensiones, una reforma laboral y una «reordenación» del sistema financiero. De las dos últimas dijo Rajoy que se habían quedado cortas. De la primera, que no le parecía razonable retrasar la jubilación a los 67 años (no parece justo atribuirle ahora el mérito de mantenerla). Me sorprende leer, entre las loas a Rajoy, que «no concretó más porque no hacía falta». La clave de las reformas que el presidente emprende no está en su título o en su ámbito (el océano lleva descubierto hace tiempo), sino en la hondura y la velocidad que éstas tengan. Ése va a ser su hecho diferencial. La ambición reformista no cabe calibrarla en función de la sucesión de epígrafes que uno recite. La indefinición no es lesiva, pero tampoco sanadora. Faltan elementos para juzgar si ésta es «la mayor reforma de la España reciente», como predican los convencidos o una política continuista hábilmente revestida de ruptura. Yo, a lo Rajoy, difiero la opinión.