San Petersburgo
Una tuerca floja en el Real
«The turn of screw»de B. Britten. Solistas: J. M. Ainsley, E. Bell, P. Shafran, N. Fikret, M. McLaughlin, D. Sindram. D. McVicar. Director de escena: J. Pons. Teatro Real 2-XI-2010
Antonio Moral tenía en proyecto un ciclo Britten, iniciado con «Peter Grimes» en 1997 de la mano de Willy Decker, que inicialmente debía continuarse con una «Muerte en Venecia» coproducida con el Liceo con el mismo Decker, que se estrenó en aquel teatro hace un par de años recibiendo el premio de la Fundación Teatro Campoamor otorgado por la crítica a la mejor producción de 2008 en un teatro español. Sin embargo a este título se le ha anticipado «Otra vuelta de tuerca», ópera de cámara se representó en 1999 con Raina Kabaivanska, Ros Marbá y montaje de Ronconi, en el Teatro de la Zarzuela, ámbito que encaja mucho más adecuadamente con sus características. Cuenta con seis personajes y precisa sólo de trece instrumentistas –primer y segundo violín, viola, violoncello, contrabajo, flauta, píccolo, oboe, clarinete, corno inglés, fagot, corno, arpa, piano, celesta y percusión– por lo que el escenario y el foso del Real le quedan manifiestamente grandes, con la pérdida de intimidad y tensión que ello supone.
Trece solistas con calidad
Pero «The turn of screw» es obra que siempre suele acabar con éxito en cuanto que orquesta y escena se cuiden, ya que Britten logró una obra maestra con música de extraordinaria riqueza partiendo de una gran economía de medios. De él deberían tomar ejemplo nuestros teatros en los momento actuales. Partitura preciosa, sutil y sólida –¡maravilloso el cambio de carácter cuando el niño Miles toca el piano para pasar a la escapada de su hermana Flora!– a la que Ros Marbá entonces y Josep Pons ahora han sabido hacer justicia. Este último, recién nombrado próximo titular del Liceo, pasa con éxito de la espectacularidad de «La guerra de las galaxias» con la que empezó la temporada de la OCNE a la intimidad de Britten. Los trece solistas de la Sinfónica lucen su calidad con empaste.
La puesta en escena de McVicar, proveniente del Mariinski de San Petersburgo, oscura, sencilla e inteligente, se aviene a la obra y al texto de Henry James sobre el que se sustenta. Una historia con múltiples y opuestas interpretaciones –¿Existen realmente los fantasmas? ¿Los llegan a ver los niños? ¿Tienen vida sólo en la imaginación loca de la institutriz?– que otorgan precisamente el título a la novela de James a la que Britten añade varias vueltas más con sus interludios orquestales y el manejo de las tonalidades. Quizá los figurantes que aparecen como criados moviendo el atrezo resten puntos al deseable clima de aislamiento y quizá debería estar más sugerido el posible inicio de locura de la institutriz ya desde el final del primer acto.
El reparto, encabezado por una poderosa pero algo destemplada Enma Bell y una Marie McLaughlin de sólida veteranía, cumple con homogeneidad, sin altibajos, pero también sin aquellas especiales luces dramáticas que proyectó Kabaivanska en la Zarzuela. Existe una muy interesante versión en DVD, rodada en exteriores por Petr Weigl con Colin Davis, que recomiendo y que sirve para poner en valor y completar el buen espectáculo ofrecido en el Real a pesar de su falta de tensión e intensidad.
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