Medios de Comunicación

El alma por la audiencia

La Razón
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He seguido un programa que comienza a las cuatro en Telecinco, enseguida lo reconocerán. Les aseguro que es lo más perverso que he visto en la tele y que el formato, al menos para mí, es insólito. En este programa apenas ya salen famosillos, aquí han descubierto que sale más barato hacer famosos que traerlos, de modo que se dedican a defenestrar a los llamados «colaboradores», cronistas, o gente que un día se hizo conocida por sus contar relaciones delante de una cámara. En este programa bailan, cantan, comen, bostezan, aúllan, desbarran y lloran sin parar. Últimamente, los personajes, que es lo que son, hasta han hecho una psicoterapia pública. El presentador es una especie de Maquiavelo que con voz de buenecito va sacando los peores residuos del intestino a todo aquel que se le pone delante. La cuestión es convencer a la audiencia de que todo es improvisado, honesto, real; de que ellos, los personajes, no tienen guión ni ensayos. Improvisan, sí, pero a partir de un esquema perverso: Uno de los personajes será la víctima; los otros tendrán que defenderle o atacarle, según su papel. La víctima no lo sabrá todo, para que así pueda representar más vivamente. Se creará una especie de hipnosis obsesiva en el plató. Todo está medido, los aplausos del público, las entradas de vídeos, las salidas aspaventosas a la calle o camerinos, las tomas a cámaras y directores de aspecto jovial. Todo está pensado para que parezca verdad. La voz del «gran perverso» la pone el presentador. La consigna es dar todo por el público. Pero la realidad es que venden su alma por unos miles de euros. Sus almas podridas.