Barcelona

Muere Antoñete el genio del mechón blanco

La capilla ardiente del torero madrileño será instalada el lunes por la mañana en la plaza de toros de Las Ventas

El diestro, en una imagen de archivo
El diestro, en una imagen de archivolarazon

MAdrid- Los pulmones no le resistieron más. Una bronconeumonía terminó ayer poco después de las 9 de la noche con la vida de Antonio Chenel «Antoñete» a los 79 años de edad. El torero amamantado por la primera plaza del mundo, el niño que se ahormó en las entrañas de Las Ventas hasta convertirse en figura del toreo, se nos fue ayer para siempre.

Ejemplo de torero de Madrid. Diestro de época, para el recuerdo su sempiterno traje lila y oro, su característico mechón blanco y su faena al toro ensabanado «Atrevido» de la ganadería de Osborne sobre el albero de Madrid. Su plaza. Máxima figura del toreo, de las que se cuentan con las manos, que recibió la Medalla de las Bellas Artes en 2001. El mismo año en el que se consumó su ocaso de los ruedos en Burgos al sufrir una insuficiencia respiratoria mientras toreaba.

Antoñete había sido ingresado varios días atrás en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid), donde permaneció sedado y con ventilación mecánica. La capilla ardiente será instalada el lunes en Las Ventas de 10 a 16 horas. Posteriormente será enterrado en el cementerio de La Almudena.

Problemas pulmonares
La enfermedad afectó rápidamente al estado de salud del diestro madrileño, ya que padecía además desde hace varios años frecuentes problemas cardiorrespiratorios. En este sentido, Antoñete, fumador empedernido, ya pasó por una situación similar el invierno pasado, que le alejó varios meses de su faceta de comentarista taurino. Precisamente, esta temporada, en la que fue menos frecuente verle delante del micrófono, sí reapareció ante las cámaras el pasado julio en Las Ventas, donde narró desde su lugar habitual en el tendido el ciclo de novilladas nocturnas.

El torero del mechón blanco nació en 1932. Antonio Chenel Albadalejo mamó ya desde bien temprano el ambiente de la primera plaza del mundo, puesto que su cuñado, Paco Parejo, era mayoral del coso venteño. Junto a él, que se convirtió en su fiel consejero, Antoñete contempló tardes y más tardes de toros con la presencia de las grandes figuras de los cuarenta. Su afición maceró en las propias entrañas de la plaza. Del callejón a las caballerizas. De los corrales al patio de caballos. Allí, no era raro verle haciendo de toro para que los diestros entrenaran antes del paseíllo.

Debutó con picadores en 1951 en Barcelona. Paradojas del destino. Su aliento se apaga apenas un mes después de que el alma del coso de la Ciudad Condal pueda haber hecho lo propio tras la prohibición del Parlamento catalán. La alternativa le llegó en 1952. Tuvo lugar en Castellón, primera feria de postín del calendario taurino, con Julio Aparicio de padrino y Pedrés de testigo.

Con varias idas y venidas salpicando su larga trayectoria, Antoñete se encumbró el 15 de mayo de 1966. Aquel día del Patrón, el torero local firmó una faena antológica que pasó a los anales del toreo al astado «Atrevido», un ensabanado del hierro de Osborne al que desorejó en una tarde en la que Franco fue testigo directo. Años después, él mismo se convirtió en el testigo. Esta vez tocó la desgracia, pues compartió cartel en la plaza de toros de Colmenar la fatídica tarde de la muerte de José Cubero «Yiyo».

Tras cortarse la coleta, el diestro no quiso despegarse del toro y puso voz con sus comentarios a las triunfales faenas de los herederos de su toreo. Un estilo clásico, sobrio, castellano, que bebió de las figuras a las que adoró de niño. Como su admirado Belmonte o el propio Manolete. Desde ayer, el genio del mechón blanco reposa ya junto a ellos en el Olimpo del toreo.