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Padres nuestros por Ángela Vallvey

La Razón
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Hablo de esos padres de clase trabajadora, hombres que aún trabajaban con sus propias manos, que sabían utilizar las manos. Con ellas sostenían a su familia, o desordenaban el pelo de sus hijos cuando hacían los deberes y se portaban bien. No eran versados en efusiones sentimentales porque nacieron y crecieron en los años duros de la Guerra y la Posguerra, mucho peores que éstos. Algunos incluso se pasaron la vida tratando de «usted» a sus propios padres, así que no se les podía pedir grandes arrumacos. Y, sin embargo, su amor paternal no necesitaba de carantoñas para hacerse evidente, se apreciaba de un vistazo, era como una parte más de su anatomía, como los brazos o la cabeza: ahí estaba, bien visible, el amor que sentían por sus hijos. Eran sólidos como una montaña. Fuertes. Casi invencibles. Lograban cargar con su hijo a cuestas durante kilómetros. «Sherpas» de la familia media española. Podían con el mundo a la espalda. Gente de pueblo, o de barrio. «La mili» fue su doctorado y tenían la mirada franca, la voluntad férrea de prosperar y salir adelante, pocas o ninguna deuda, y la esperanza de que sus niños tendrían una vida más acomodada, que podrían llegar lejos. Querían que sus hijos fuesen limpios –asociaban la pobreza con la mugre, cosas de la Posguerra– y que estudiaran para ser mejores que ellos. En ocasiones emigraban a Alemania, o a Cataluña, que entonces era la Alemania de España. Fieles a su tierra y costumbres, pudorosos, templados, lo justo de religiosos y lo justo de excépticos, austeros, preocupados por la seguridad y el orden, hombres a carta cabal, hombres buenos. Hablo de nuestros padres. De tu padre y el mío. Gracias a todos ellos.