Elecciones andaluzas
Costas la tortuga y el lince
Adecir verdad, y en honor también de la tan manida memoria histórica, Doñana existe porque un grupo de propietarios de la zona, enamorados de la naturaleza y en contra de sus propios intereses, convencieron a Franco para que dejase a salvo el coto de la proyectada siembra de eucaliptos de finales de los cincuenta. En pleno furor desarrollista surgió así el primer parque nacional de nuestro país gracias al sentimentalismo de unos señoritos a los que biólogos como Valverde abrieron el corazón y los ojos a la barbaridad que suponía desmontar aquel paraíso terrenal. Es decir, ecologismo si quieren de salón pero todo un acierto desde el punto de vista del conservacionismo auténtico. Nada que ver con el activismo posterior, más colorado que verde, nutrido además de un inconfesable revanchismo de clase y que desde los años ochenta ha llevado a un fanatismo proteccionista del que la actual ley de costas es máximo exponente. Y claro, a la misma administración que tanto gusta de proteger y prohibir ahora le fastidia tener que probar su propia medicina. Sin embargo, el que Griñán y Zapatero hayan elegido las dunas de Doñana para dirimir sus cuitas internas –ante el sospechoso silencio en Madrid de los responsables de la cooperación territorial Chaves y Zarrías– no deja de formar parte de un anecdótico juego florentino en el seno de un PSOE a punto de implosión. No, lo que realmente afecta a los ciudadanos son los demenciales y confiscatorios deslindes con los que Medioambiente amenaza a muchos particulares, tratándolos peor que a delincuentes. Y que no sólo se pueden llevar por delante las impostadas competencias de la Junta sobre el Espacio Natural, sino hasta el mismísimo chalé «La Tortuga» del que cada verano disfruta el vicepresidente tercero del Gobierno en la primera línea de la playa de La Antilla. En plena zona marítimo terrestre. ¿Se quedarán Griñán sin Doñana y Chaves sin veraneo o habrá que terminar reformando el chiringuito de la ley de costas?
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