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Sillón de barbero

La Razón
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Mientras escuchaba una tertulia radiofónica acerca de lo que habría de ser una existencia satisfactoria, llegué a la conclusión de que la calidad de vida consiste en vivir en una ciudad pequeña o en un pueblo, y que una condición necesaria para la felicidad vital sería la posibilidad de residir en un lugar en el que todo parezca que está tan cerca, que incluso quede a mano el horizonte.

Era domingo y no le di demasiadas vueltas al asunto, aunque pensé que esa idílica visión de la existencia prolifera sobre todo entre quienes sufrieron el desgaste físico y emocional de las grandes ciudades y desean el retorno a espacios más habitables para reencontrarse con un mundo manual y primario en el que la única mancha que arrastra el río es la sombra como de cristal que hace el agua en el fondo siempre recién lavado. Yo vivo en una ciudad pequeña en la que podría decirse que incluso está a mano lo que queda lejos.

 A pesar del crecimiento urbano de los últimos veinte años, el ambiente y las dimensiones son tan entrañables que yo diría que hasta los coches pueden ir a pie a cualquier parte.
Yo entiendo muy bien a quienes dicen que en una ciudad así puedes sentirte protegido, porque es cierto y se agradece, aunque me gustaría que entendiesen que al mismo tiempo también puedes sentirte vigilado.

Puede que lleves una vida a tu aire, ajena a lo que piensen los demás, y que no te importe nada de cuanto murmuren ellos, en la seguridad de que aunque por exceso de juerga y por falta de sueño hayas olvidado lo que hiciste en la última semana, te enterarás con todo detalle tan pronto como por culpa del cansancio, llevado de la curiosidad, o por el simple capricho de asearte, te desplomes casi sin aliento en el sillón giratorio del barbero.

Naturalmente, no hay que excluir las inexactitudes propias de los rumores que circulan en los sitios pequeños.
Hace ya algunos años, mi barbero de toda la vida detuvo en alto las tijeras, sopló el humo de su cigarrillo y me dijo: «Conviene que sepas que incluso la gente de tu confianza murmura de ti».
«Ya sé que te trae sin cuidado lo que digan, pero supongo que no te gustará que alguien haya dicho que sabe de buena tinta que incluso a veces te acuestas con tu mujer».