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Moscú

El virus

La Razón
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Como progre de este país me siento muy orgullosa de todo lo que hemos avanzado en los últimos setenta años. Un ejemplo de lo que digo está, sin ir más lejos, en la amplia y variada muestra de prohibiciones con que somos obsequiados un día sí y otro no por el poder central. Prohibir es bueno, es soviético, es progresista. Me siento muy satisfecha al ver cómo ha dado sus frutos el brillante trabajo bolchevique que inició el camarada y padrecito Lenin al crear la Tercera Internacional (en adelante: Komintern) allá por 1919. El Komintern agrupaba a los distintos partidos comunistas de muchos países. A aquel primer congreso ya asistieron los sectores súper-revolucionarios del Partido Socialista Español, que afortunadamente se encargaron de inocular entre sus camaradas compatriotas el virus del marxismo-leninismo que luego se dejaría ver en todo su esplendor en la Guerra Civil y que todavía progresa adecuadamente y continúa vivo en la parte avanzada de la sociedad españolita. Cuando los fachas se preguntan por qué la izquierda de progreso del Estado Español es tan soviética, se nota que no han estudiado historia, o que la han olvidado porque se pasan el día pensando en cómo explotar a los trabajadores españoles de las minas de sal y no les cabe nada más en el cerebro. El trabajo de ideologización que se hizo después de aquel Congreso de Petrogrado ha sido impecable: había enlaces y agentes del Komintern en una buena parte del mundo, desde Suecia a España, pasando por USA y llegando a Perú. Desde el primer momento, los camaradas se vigilaron unos a otros, y progresivamente (todo se hacía y se sigue haciendo de manera progresiva, quinquenal, planificada, ¿qué creían?) al resto del planeta, que es muy sospechoso. Los agentes del Komintern en cada país recibían dinero, los subsidios de Moscú para las organizaciones locales o nacionales, las subvenciones a los «agit-prop», etc. También controlaban severamente la vida de los miembros del Partido en el radio de su jurisdicción. Todos los informes oficiales serían examinados luego en Moscú, donde se comparaban minuciosamente con los datos que a su vez había ofrecido el agente de enlace de la zona. Si había errores o discrepancias, rodaban cabezas. Todo esto se hacía al grito revolucionario de «¡Escoger la libertad!». Aunque todo buen revolucionario era consciente de que «siempre hay enemigos». (Cuidadín).Así, durante décadas, se fue sembrando la maravillosa semilla marxista hasta que Stalin cambió el Komintern por el Kominform, que también molaba mazo. Luego llegó el reaccionario Jruschev y le dio por desestalinizar la Unión Soviética. En cualquier caso, con más o menos dinerito procedente de la URSS, los distintos Partidos de la Tierra continuaron fieles a Moscú, dejando una honda huella en las mentalidades europeas, y especialmente en las españolitas, que hoy serían el orgullo de muchos padres fundadores: se puede comprobar cómo el marxismo-leninismo se ha adaptado al hábitat de la contemporaneidad capitalista. Si no fuera por nuestro barniz soviético, el Estado Español no jugaría en la Champions del progreso planetario. «Niet!»…