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Memoria histórica

La Razón
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Es ésta una de las mentiras que más duelen: no es ya aquello de los señores de antaño que se apoderaban de la tradición (que, cuando no es historia escrita, no es de nadie) y la invocaban para servicio de sus intereses: es que ya hasta la gente de más izquierda, y los anarcos mismos, con motivo de nuestra guerra civil o cualquier otro, apelan a la memoria histórica y se afanan en sacar a luz documentos y testimonios: ¿no se han enterado todavía de que esos dos términos, historia y memoria, se contradicen entre sí en combate a muerte?, ¿no han oído que hay dos memorias, una memoria viva, que no sabe de fechas ni de tiempo, que le asalta a uno cuando menos lo piensa ni lo quiere y lo deslíe acaso en lágrimas o en un deliquio amoroso que no sabe de dónde ni por qué le vienen, y una memoria sabida y contada y necesariamente escrita, la de la Historia, donde la memoria viva queda muerta y sepulta en los registros y calendarios? Son como ésos que, repasando con toda fe el álbum de fotos familiares o los vídeos de las pasadas vacaciones, van matando las posibilidades de que algo sensitivo y revolvedor resucite en ellos, contra ellos.

Y me dirán hasta los amigos «Y entonces ¿qué?: ¿dejar que se pudran en sus tumbas o fosas comunes los que cayeron luchando contra el Poder y la Justicia?, ¿que se vayan borrando hasta el olvido los nombres de aquellos que supieron en su día declarar, aun a costa de sus puestos o cabezas, la verdad de las mentiras imperantes? ¿Qué debemos entonces hacer con ellos?» Muy sencillo, amigos: con ésos lo que hay que hacer es comérselos; comérnoslos y, si se nos da la gracia, digerirlos buenamente, a ver si de su memoria viva se cría entre nosotros algo de veneno y fuerza para seguir haciendo lo mismo los días que nos toquen.

Nada muere del todo nunca y por acá lo que nos toca es dejar que los muertos sigan vivos, y no colaborar con el Poder en su labor de convertir las vidas en futuros o en Historia, que es lo mismo.