Conciertos

Miguel Poveda transforma el Teatro Real en un «olé»

Miguel Poveda transforma el Teatro Real en un «olé»
Miguel Poveda transforma el Teatro Real en un «olé»larazon

Envuelto en la acústica del Teatro Real, el flamenco (al que sobra incluso la amplificación) sabe a gloria, pero el escenario impone incluso a un número uno como Miguel Poveda, que quiso arropar de gala la presentación de «Artesano», su vuelta al flamenco tras un triunfo apoteósico con las coplas, en el que ha contado con colaboraciones estelares como la de Paco de Lucía o Manolo Sanlúcar. El catalán, consciente de su responsabilidad ahora que le respalda un público mayor, rozó casi la perfección en la ejecución, pero pecó de frialdad. Tardó mitad larga de concierto en convertir las mullidas butacas de la ópera en sillas de una venta de Jérez. Y no fue por falta de colaboración de un respetable repleto de VIP (de Almodóvar a Carmen Linares pasando por Gregorio Marañón).

Más contenido de lo habitual
Entonado desde la primera nota, en la que materializó su manifiesto: «Soñé un día que al cante lo llamaban libertad» y comenzaron los «olés», que el cantaor supo frenar con malagueñas, mineras y seguiriyas muy templadas. Con las cantiñas llegó el primer delirio, aunque Poveda lo que domina de verdad son los tientos. Se entregó en las bulerías de la crisis, aunque su público le notó un poco más contenido que de costumbre, Evocó a su maestro, Pencho Cros, y comenzó a hablar: «Es una noche importante, pero no por eso voy a dejar de disfrutar». Y con un deseo, «que ningún ser humano le corte las alas a otro», comenzó a volar «La ruiseñora», una copla muy flamenca. Los brazos de la bailaora Susana La Lupi hicieron hablar solas a las castañuelas. Se desmelenó Poveda del todo gracias a «Triana, puente y aparte». A partir de ahí todo fue una demotración de que lo festero bien cantado adquiere categoría.

Para no defraudar a aquellos que le conocieron gracias a las coplas, dedicó la segunda parte del espectáculo a esos versos populares ya eternos que musicó para él Amargós, que subió a acompañarle en una noche tan especial. El resto de la dirección musical corrió a cargo de José Quevedo «Bolita», al que también acompañaron en la guitarra Jesús Guerrero, Manuel Parrilla y Diego del Morao. Pidió perdón a su público habitual por haber tenido que pagar un precio bastante superior al de cualquier otro concierto para sentarse en una butaca del Real. Además, anunció que semejante despliegue de cámaras y grúas durante la actuación se veían justificados por la grabación de un DVD.

Escogió lo más trágico de su repertorio coplero: «Vente tú conmigo», «Ni un padrenuestro», «En el último minuto». Con ellas acabó de poner en pie a aquellos que todavía no se habían despegado de su asiento. En el clímax, realizó un tributo a uno de sus grandes maestros: Enrique Morente, a quien admira por su vena innovadora («yo también espero hacer mi "Omega"», ha declarado Poveda), un tributo más a Caetano Veloso –por si su versatilidad no había quedado suficientemente clara– y coronó la noche cantando y bailando bulerías sin micrófono.