Asturias

El ejemplo del Rey por Francisco Marhuenda

La Razón
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Don Juan Carlos tropezó ayer con un escalón después de pasar revista a las tropas. La caída fue aparatosa, aunque se levantó con el humor y la fuerza que le caracterizan. Este incidente menor se saldó con un incómodo golpe en la nariz y en la barbilla. Doler, seguro que le dolió y mucho, pero continuó con la agenda prevista y presidió la reunión de la cúpula militar como si nada hubiera sucedido. Nadie se hubiera sorprendido que la anulara para ser atendido por un médico, pero entonces no sería el Rey. Una caída de estas características es muy dolorosa. Lo sé por una experiencia reciente y hay que tener mucha fuerza para actuar con normalidad. Su ejemplo nos sirve en estos tiempos difíciles que afectan a España. Nos hemos caído, pero hay que levantarse y seguir adelante. En ocasiones, el camino es fácil y cómodo mientras que en otras es todo lo contrario. No es el joven príncipe de Asturias, condición que le correspondía al asumir su padre el título de soberanía de conde de Barcelona propio del rey de España, que llegó para iniciar una dura formación separado de su familia y en el ambiente hostil de la dictadura. No es el cadete que tenía que ganarse un trono. Ni el príncipe de España, como le llamó Franco para visualizar una novación dinástica. Es un Rey consciente, como entonces, de su papel al servicio de España y los españoles. Es el mismo espíritu y fuerza que forjó su carácter.

El Rey no nació en Palacio como sus antepasados. Nadie se inclinaba a su paso llamándole Alteza Real o Señor como les sucedía a los hijos de Alfonso XIII. No vivió rodeado de cortesanos. En los pasillos de una villa en Estoril, digna pero sin lujos, Don Juan, el legítimo Rey de un Reino sin Rey como era la España franquista, recibía la visita de unos pocos leales mientras otros muchos, que todo lo debían a la Monarquía, preferían no comprometerse. No le han regalado nada, porque se lo ha tenido que ganar con enormes esfuerzos, mayores de lo que puedan imaginar los españoles. Ni siquiera era seguro que algún día fuera el Rey. Ahora necesitamos tener un fuerza similar y no instalarnos en la desazón y el desconcierto. Es posible levantarse, pero hay que hacerlo sin titubear y con normalidad.

Los grandes hombres y naciones se muestran en los tiempos difíciles. La Corona es un oficio duro. Nada que ver con la imagen que a veces se transmite en las revistas del corazón que muestran la parte más amable. No es una casualidad que algunas de las naciones más desarrolladas del mundo sean monarquías y en otras que no lo son, como Austria, la institución todavía tenga una presencia extraordinaria y un grato recuerdo entre el pueblo.