Ferias taurinas
Tener cita con el Duque y ver al Rey
Nadie puede dudar que el gran reclamo de la sexta función del abono fallero era Morante –responsable también en buena parte del tirón en taquilla de cara al abono–, tenido ya como diestro que representa como ningún otro la genialidad, la inspiración y el arte elevados a la categoría de lo sublime.
Pero del de La Puebla -que no es que fuese abandonado por las musas sino al que no acompañó el ganado que le correspondió- no pudo deleitar sino con detalles de delicada factura y de forma aislada. Unas verónicas a cámara lenta, un pingüi acá, otro allá, un muletazo de ensueño por allí... Sin embargo los muchos fieles que acudieron a su llamada se vieron sorprendidos y agasajados por un Manzanares pletórico, exultante y esplendente que, revestido con los entorchados de la exquisitez, maravilló con la faena soñada al quinto toro de la tarde. Un toro que fue a su aire hasta que el alicantino lo unció a su muleta para exprimirlo en una faena tan inteligente como bella en la que exhibió tanto su poderoso temple como un gusto extraordinario. Un torero hijo de un torero, una figura hijo de una figura, del que el padre sí que puede estar orgulloso y la afición muy agradecida.
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