España

La monarquía en el siglo XXI

La Razón
La RazónLa Razón

En términos generales, la monarquía va para abajo, ya nadie cree en el origen divino del poder de los reyes, cada vez hay menos monarquías. Las revoluciones y las guerras acabaron con la francesa, la italiana, la alemana, la china y tantas más. Y, sin embargo...tienen en su haber las monarquías méritos enormes en el siglo XIX y en el XX. En Inglaterra la monarquía, bajo Isabel, pese a la pérdida del Imperio, logró mantener una conciencia de normalidad, de tranquilo poderío. Representaba, simplemente, a Inglaterra. Superaba las incidencias de Mrs. Simpson, de aquel matrimonio superpoblado de Carlos y Diana. Del choque de la tradición con lo simplemente humano. Hoy Carlos y Camila disimulan exquisitamente su impaciencia, se acomodan a los tiempos dando su imagen a Porcelanosa y siguen siendo lo de siempre. Isabel puede lucir sus sombreritos y sus trapos victorianos, hacer ascos al ajo y el gazpacho, pero significa «aquí estamos», «aquí está lo de siempre, no se preocupen, no se alteren, no teman a espectáculos extraños».
Da la impresión de que nada nuevo sucederá, la jefatura del Estado no será el lugar de un nuevo enfrentamiento político, de tensiones, de riesgo. Y al lado de la monarquía, que es más fuerte que sus eventuales incidencias, están la bandera y el Ejército y la Navy. Quizá disminuidos, pero nadie se da cuenta. Es sólida la monarquía inglesa, es una roca al lado de repúblicas que, en el mejor de los casos, tratan de ser algo así como monarquías a plazo fijo, otras veces mucho menos. Ahora se renueva felizmente.
Así son las mejores monarquías: ponen un rostro respetable y amable a ciertos países, eso supera, hace olvidar las frustraciones en el fondo trágicas de la familia real inglesa o de la noruega o de la nuestra, a veces. De Isabel II, gorda y calentorra, rendida a los tenientillos y los generales. ¿Qué iba a hacer? Hay que ponerse en su caso, omito los detalles. Y era buena persona, con buenas intenciones políticas. Poca cosa para los fanáticos. La echaron, claro, y tuvieron que admitir a su hijo. Y perdonar sus pecadillos y los de su hijo y su nieto: más importante era lo que hacían por el país. Cuando los echaban, tenían que repescarlos de nuevo, a ellos o a sus descendientes: a Alfonso XII y a don Juan Carlos.
Daban, repito, una cara digna al país. Aquí Don Juan Carlos lo hizo en un momento peligroso y memorable, en febrero del 81. Yo estaba trabajando en mi despacho, con una colaboradora, en el viejo Centro de Estudios Históricos en Duque de Medinaceli cuando los guardias sublevados nos echaron. Atravesamos a pie un Madrid desierto. Ver al Rey en la televisión nos tranquilizó. Ahora los extranjeros lo buscan cuando quieren algo de España, Zapatero lo busca cuando quiere pedir algo con un rostro menos personal. Algo para España.
Cierto, a veces ha habido una ruptura: tras la Revolución francesa, tras las derrotas de Alemania e Italia. Cosa triste. Han perdido algo importante, lo sustituyen como pueden. Pero las monarquías que subsisten, con poderes cierto que rebajados, siguen y seguirán en el XXI. Así en España. Pueden quemar alguna bandera, lanzar algún insulto estúpido: pero aquí sigue el Rey. Y esas comunidades que sabemos que seguirán raspeando con la Constitución, a la que aceptaron sólo para ver si al final se la cargaban, ven que sigue y seguirá el Rey, que nos representa a todos, también a ellos. Y nos evita una elección con quién sabe qué resultado. Bastante tuvimos con presidentes de la II República: don Niceto, frustrado ya desde el 31, luego expulsado cuando no quiso anular las elecciones del 33, luego saqueado en su patrimonio y exiliado; Azaña, viendo lo horrible y no pudiendo evitarlo, humillado por la Generalitat, exiliado. Mejor que hayamos retornado, una vez más, a lo seguro: a la monarquía.
Pienso que estas monarquías salvadas de guerras y naufragios, una vez perdido su énfasis e incorporadas definitivamente al reino de lo humano (menos prosopopeya, menos puritanismos ya imposibles) durarán en el siglo XXI. Vean la de Inglaterra, vean la de España, que pueden sonreírse entre sí pese a Gibraltar y a las torpezas y debilidades de los sucesivos gobiernos españoles (sólo salvo a Castiella, ese señor Piqué acabó de estropearlo).
Y no son sólo Inglaterra y España. Ahí está el Japón y el éxito de Mac Arthur respetando al Emperador, que ahora, en el momento del desastre, es quien encarna a su pueblo, quien lo tranquiliza. Vean Bélgica, donde la monarquía es el último lazo que queda en una situación peor que la de España. Vean Holanda y los países nórdicos.
Cierto, hubo el turbión que barrió las monarquías tras la revolución americana (ahora hay allí reyes por cuatro años). Vean las dos horribles guerras mundiales, que barrieron a su vez tantas monarquías. Ahora han pasado y esperamos que no vuelvan más, son demasiado para nuestro atribulado planeta. Las monarquías que han resistido siguen con buenas esperanzas de vida. Seguirán, esperamos, en este siglo XXI.
Son una fórmula práctica para lograr que haya algo respetable, algo común a todos. Incluso a los separatistas, salvo excepciones muy contadas.