Copa Confederaciones

Eufemismo deportivo

La Razón
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De nuevo es noticia la Selección española, la rebautizada como «La Roja», por la entrega del Príncipe de Asturias. Un genio de la mercadotecnia parece que encontró la solución para que todo el mundo pudiera hacerse seguidor de este grupo de jugadores, a cuyo frente está un señor que crea escuela y admiración, don Vicente del Bosque, a quien los madridistas echaremos de menos durante este siglo. Pero, incluso con este eufemismo, hay quienes se resisten a reconocer los méritos de un grupo humano que ha proporcionado a millones de españoles las únicas alegrías dentro de esta nefasta época. Tenemos los políticos más mediocres desde la Transición, que nos han llevado a una situación económica peliaguda. Tenemos a unos artistas de la ceja que realizan cortos en los que recuperan parcialmente una memoria histórica sesgada, revanchista y de odio. Tenemos a una degradada Secretaria de Estado de igual-da que confunde la gimnasia con la magnesia y que quiere pasar a la historia de la lengua española como la reencarnación de Quevedo, y que se va a quedar a la altura de Fray Gerundio de Campazas. Tenemos la mediocridad como bandera y la zafiedad como estandarte: «Sálvame», «Gran Hermano»... Por ello, estos hombres, nacidos en puntos dispersos de España, son una corriente de aire fresco y forman parte de la Selección ¡es-pa-ño-la! de fútbol. Sólo eso. Pero ¡qué gozada! Y, aunque muchos repitan lo de «La Roja» (por cierto, ganó de azul los compromisos más complicados del Mundial), la Selección ha provocado un cántico unánime: «yo soy español, español, español…». Y no tenemos que pedir perdón por ello.