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Dentro de la normalidad

Ahora ha sido en Lieja, antes fue en Oslo. Y en medio, un criminal dio muerte a una mujer embarazada en una iglesia de Madrid, otro apuñaló a sus vecinos hasta la muerte en Valencia, y otro más atacó a varias personas en plena calle de Bilbao.

¿Dentro de la normalidad?
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Los criminales sociópatas dan muestras de estar mentalmente alterados, pero no han generado todavía una preocupación general. Todos los violentos atacan tras un detonante. Muchas veces son cosas que toman. Sustancias con las que se trafica y que en España desaparecen de alguna que otra comisaría. Pero nadie se lo ha tomado todavía en serio. Hay una situación explosiva en algunos lugares de Europa, pero las autoridades reaccionan como si estuviéramos dentro de la normalidad.

Lieja es una ciudad criminalmente neutra. En un país civilizado y controlado por una fuerza policial diligente. Justo en los sitios donde pasan cosas más graves. En Noruega, Oslo, ocurrió algo muy parecido, aunque peor. Un tipo que estaba preparando una venganza de la sociedad estalló confundiendo a todos.

En Oslo y en Lieja, la gran maquinaria preventiva se ha dormido sobre sí misma. El asesino de Lieja nos enseña que el que colecciona armas de guerra, al final las usa en una guerra. No puede decirse que no haya dado la nota ni reclamado atención. Era un delincuente condenado, al que pillaron con un arsenal y al que el instinto dormido de esa bendita ciudad de Lieja le dejó correr como agua entre las manos.

Presunto delincuente sexual, presunto traficante de cannabis y tal vez consumidor, presunto afi
cionado a las armas de guerra: granadas, fusiles de precisión, pistolas… Nordine Amrani, de 33 años, nacido en Bruselas, estaría en todas las listas de tipos peligrosos, por reincidencia y potencialidad criminal. Pero nadie estaba mirando.

Sed de sangre

Lo primero que hizo fue matar a la señora de la limpieza de la vecina, porque tenía sed de sangre. Luego se fue a una plaza céntrica, a arrojar bombas de mano y disparos contra gente inocente y desconocida, mientras los políticos encargados de la seguridad se felicitan de sus aciertos, sus rebajas de tasas de criminalidad y sus juegos de manos con la delincuencia organizada.

Al sociópata Amrani le han visto crecer desde su más tierna infancia, con pequeños delitos que han ido trasformándolo. Las cárceles de su país no son de lo peor, pero no le gustó pasar por ellas. Tal vez porque tuviera alguna adicción que no pudiera cuidarse entre barrotes.

Antes de disparar contra la multitud, alegre y confiada, matando a cinco personas e hiriendo a más de cien, estaba preocupado por si aquel pequeño desliz sexual que había tenido le llevaba otra vez tras las rejas.

Tras llevarse unos cuantos desconocidos por delante, el asesino múltiple de Lieja se disparó en la
cabeza. La sociedad necesita poner en marcha a sus criminólogos para que dictaminen lo que está pasando, pero permanece perpleja, diagnosticando enfermedades mentales para tapar agujeros de seguridad. Es una política criminal equivocada, donde muchos políticos, teóricamente cercanos a los ciudadanos se inhiben, se quitan de en medio sin dar la cara. En la céntrica plaza de Saint Lambert, en Lieja, se preguntan qué está pasando, pero sólo la gente de a pie. Y el caso es que ya deberían saberlo.