Nueva York
De desierto a paraíso de la velocidad en cuatro años
La montaña rusa más rápida del mundo y una torre en caída libre de más de 60 metros de alto son algunas de las atracciones del primer parque Ferrari del mundo. La duna de arena roja es el centro del desarrollo de la isla Yas, el nuevo vergel para el ocio y el turismo de Abu Dabi
Tras la desilusión, despertarse ha sido duro», respondía Fernando Alonso a los medios internacionales tras la carrera y el mundial que se le escaparon de las manos hace ahora una semana. Pero un nuevo sueño comienza en Abu Dabi. Según contaba, los técnicos ya se arremolinan para probar las gomas que el equipo llevará el año que viene en sus coches. Lejos queda la imagen de un piloto y una escudería que se relajaban confiados, quizá demasiado, horas antes de la final en el nuevo parque temático de Ferrari, en la capital de Emiratos Árabes Unidos. Aunque las expectativas de visitantes del nuevo e inmenso parque de atracciones no sean las mismas que si el podio se hubiera teñido de rojo, los jeques de Abu Dabi siguen soñando; el espectáculo tiene que continuar…
Hace tan sólo cuatro años isla Yas, la misma que ha copado los telediarios en las últimas semanas, era un inmenso desierto. En esta llanura rodeada de mar y manglares de flora resistente a la salinidad del vecino Golfo Pérsico se está gestando, a la sombra de los petrodólares, el mayor centro de ocio de calidad de Emiratos (y del mundo) «siempre de acuerdo con el patrimonio cultural y natural de la ciudad», según reza el dossier del plan para la zona del estudio de arquitectura inglés Benoy, responsable, entre otros, del diseño del monstruoso parque, al menos en cuanto a dimensiones. Desde 2005, las inversiones en la zona han sido de más de 55.000 millones de euros en promociones inmobiliarias; 75 km2 de desierto se están transformando a golpe de talonario en un oasis de diversión para gente «vip» con apartamentos de lujo, un inmenso centro comercial, un parque de agua, el imprescindible circuito de Fórmula 1, el primer parque de Ferrari del mundo, un campo de polo, varios de golf y un centro ecuestre imaginados por Propiedades Aldar PJSC, la mayor inmobiliaria y sociedad de inversión con sede en la ciudad.
Desde la empresa aseguran que su compromiso por el medio ambiente es firme. Hasta febrero 2009 se plantaron en las zonas colindantes a los manglares 130.000 árboles resistentes a la elevada salinidad de las aguas, de los cuales, aseguran, han sobrevivido el 80 por ciento. Tres días antes de que la atención del mundo se concentrara en el circuito de Yas Marina, Aldar presentaba su sistema de recogida de basuras instalado en la isla, capaz de recoger 30 toneladas de sólidos al día, a través de 43 puntos de entrada y 5,3 km de tubería que transportan gracias a corrientes de aire, los desperdicios a 75 km/hora hasta el centro de tratamiento, con una reducción del 90 por ciento en el tiempo respecto a los camiones convencionales. Y como consecuencia del ruido y, sobre todo, del antiestético y oloroso tránsito por superficie. Según Miguel Ruano, arquitecto con gran experiencia profesional en la zona (está preparando un libro sobre la transformación de Dubái de próxima aparición), «han construido un oasis a base de desalinizar el mar, y las consecuencias son la aparición inesperada de microclimas y lluvias torrenciales desconocidas hasta ahora en la zona».
Atracciones de vértigo
La espectacularidad y la ambición han colocado a Emiratos en el centro de la vorágine informativa y el que fuera hasta hace poco el centro del huracán, el vecino Dubái, está siendo desbancado por Abu Dabi, más rico, con petróleo en abundancia y sin crisis inmobiliarias de por medio. «Las nuevas generaciones, gente joven de unos 30 años, educada en las mejores universidades, han vuelto a casa con ganas de hacer cosas», afirma Ruano. Para el autor, si Dubái pretendía ser un centro financiero con residentes de todo el mundo al más puro estilo Singapur o Nueva York, Abu Dabi «ha tomado como ejemplo Orlando o Las Vegas para convertirse en el centro de diversión mundial para millones de turistas que no se queden a vivir, desvirtuando su esencia cultural y religiosa». Abu Dabi ha tenido tiempo de tomar apuntes de lo que ha pasado en Dubái tanto en lo bueno como en lo malo y, gracias también al dinero, pretende no repetir errores, incluidos los medioambientales. Aunque algo parece claro, la grandiosidad es una buena estrategia de marketing y provoca la inversión extranjera. La jugada parece que no les está yendo mal; Aldar consiguió convencer a la marca italiana y utilizar su imagen de lujo y solidez para sus fines expansivos.
Del fabuloso parque salen comparaciones para empapelar una pared: el logo de Ferrari, con sus 65 metros y sus 3.000 metros cuadrados de área cubierta, podría alojar hasta siete campos de baloncesto. Es el parque de atracciones cubierto más grande del mundo y con sus 86.000 m2 puede contener siete campos de fútbol en su interior. El área de su cubierta, de 700 metros de diámetro y 48 metros de alto, podría alojar hasta 12 autobuses de dos plantas colocados unos encima de otros. El volumen de aire encerrado, unos tres millones de metros cúbicos, es equivalente al agua de un total de 1.200 piscinas olímpicas. De sus 20 atracciones sobresalen la montaña rusa más rápida del mundo, la «Fórmula Rossa», que pasa de cero a cien en menos de dos segundos y alcanza una velocidad punta de 240 km/h, la Italia en miniatura, que se puede seguir tanto en un mini Ferrari como andando, o la llamada «Fuerza G», una torre de caída libre para experimentar en 60 metros de alto la aceleración de un coche de carreras. Quizá lo más sobresaliente de todo el parque, ya que se sitúa en el corazón de la estructura, un embudo de cristal que parece absorber el techo en un cono menguante de 100 metros de diámetro en lo alto y 17 en su base.
Sostenibilidad y empleo
La enorme duna de arena roja proyectada por Benoy «reinterpreta las sinuosas curvas del clásico coche de Ferrari», explica Mike Lewis, el diseñador jefe de esta obra de ingeniería. El tiempo exterior con su oscilación de temperaturas ha sido para él el mayor reto del proyecto, cuya estructura se adapta a las contracciones y distensiones de hasta 20 centímetros que el calor y el frío producen en el edificio. Las concesiones al medio ambiente vienen de la mano de la madera y el hormigón, la primera con certificación FSC obligatoria y el segundo triturado y reciclado. También parece que durante la construcción se ha observado rigurosamente la separación de materiales. Y poco más se puede destacar, aparte de los cristales y la cubierta que evitan la incidencia directa del sol en el parque un 90 por ciento.
Una de las dudas que quedan en el aire es la calidad en el empleo. Cuando Luca di Montezemolo, presidente de Ferrari, inauguró el parque, dejó escapar su «agradecimiento a los que en los últimos dos años han trabajado sin descanso para que este proyecto se realizase». Oyendo estas declaraciones es difícil no pensar en informes como el que publicó hace un año Human Rights Watch «La isla de la felicidad. La explotación de los trabajadores migrantes en la Isla de Saadiyat, Abu Dabi», o la situación que describen los corresponsales trasladados a la zona cada vez que los dos Emiratos más mediáticos inauguran un proyecto: «un batallón de miles de obreros filipinos, malasios e indonesios ganan alrededor de 150 dólares al mes y viven en condiciones inhumanas», escribía Ethel Bonet para este semanario en la presentación de la primera fase del metro de Dubái hace un año.
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