Tokio
Reishi por Fernando SÁNCHEZ-DRAGÓ
Ése es mi mejor secreto. Hasta ahora no había hablado de él por pudor. Al término de la columna explicaré el motivo de éste. No es justo privar a los lectores, a causa de tal escrúpulo, de una información que podría ser determinante para su salud, como lo ha sido para la mía. Me refiero al reishi. Así se llama en chino el ganoderma lucidum. Es un hongo. ¿Mágico? Pues sí, aunque los análisis científicos lo avalen, porque previene muchas dolencias graves y leves, sana algunas, mejora otras, es beneficioso para todo y para todos, y carece de contraindicaciones. No es un medicamento. Es un alimento utilizado desde hace siglos, quizá milenios, en los países del sudeste asiático. No voy a especificar para qué sirve ni cómo se usa, porque necesitaría una página entera de este periódico. Infórmese el lector. Teclee en google o en cualquier otro buscador la palabra «reishi» y se le vendrán encima miles de datos, notas y alabanzas. Yo tomo a diario ese producto desde enero del 93. Sucedió en Tokio. El efecto fue inmediato. Una vigorosa corriente de energía se adueñó de mi organismo. No ha cesado. A la vista está. Llevo tres cuartos de siglo a cuestas, hago mil cosas, jamás me canso, nunca cojo la gripe (toco madera), no me acatarro, no pesco virus ni bacterias (vuelvo a tocarla) y mis análisis, detalladísimos, son pluscuamperfectos. Atribuyo, en gran medida, ese bienestar a la seta de la que hablo. Existe en muchas versiones (china, tailandesa, coreana, vietnamita…), pero sólo las de Japón son de fiar. Busquen en la Red «sumo reishi» y entenderán por qué digo lo que digo. También entenderán los motivos de mi pudor. Es mi mujer quien en España lo importa. Sólo ella. No hay otra vía. ¿Debería silenciar, por delicadeza, la información para que ésta no parezca propaganda? Dilema difícil. Si recomiendo el reishi citado, frente a otros, no es porque mi esposa lo importe, sino que ella lo importa porque yo lo recomiendo. En mi próxima columna seré más explícito. Hoy ya no puedo serlo.
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