Estados Unidos

Un orden global por Manuel Coma

La Razón
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Este año puede ser la excepción. Los debates están a un paso de convertirse en decisivos. El primero le dio, a favor de Romney, un apreciable giro al «estado de la contienda»; en el segundo, Obama sumó una modesta victoria, y el tercero deberá ser el desempate. Para afianzar sus todavía limitadas pero reales posibilidades, es ahora Romney quien necesita una victoria clara, aunque le bastaría algo menos rotundo que en la primera ocasión. Las necesidades de Obama son más o menos del mismo calibre. El debate de esta noche se centra en la política exterior. Los políticos americanos, como los de cualquier otro país, ganan por razones internas, con muy parcos conocimientos de lo que pasa más allá de sus fronteras, pero luego se encuentra que lo exterior pesa gravosamente en los intereses nacionales y es su competencia directa. No digamos en Estados Unidos, donde desde la Casa Blanca hay que gobernar el mundo, en el que no queda un rincón que les sea completamente ajeno. Por encima de todo, sus inquilinos no tienen manera de zafarse de la ardua tarea de mantener un cierto orden global, sin el que todo se vendría abajo. La experiencia de Romney no va más allá de haber sido de jovencito misionero mormón en Francia dos años. Al menos sabe francés. Obama ha estado en el ajo durante casi cuatro años. Su ventaja es evidente. Sin embargo, los temas que van a plantearse en hora y media son pocos y muy previsibles. De hecho, ya han salido prácticamente todos. Ryan, su número dos, se defendió aceptablemente o casi frente al vicepresidente Biden, un veterano experto en el tema. Romney no es mal polemista, pero actúa con un exceso de precaución y se escabulle ante los temas peliagudos, personales o políticos, que Obama le sacó en el segundo encuentro, como corresponde al enfrentamiento en el que están enzarzados, pero haciéndolo de forma artera y falaz hasta lo deshonesto. El republicano es organizado y trabajador y se habrá preparado a fondo. La cuestión es con qué línea estratégica y qué argucias tácticas. La debilidad de Obama está en el centro de su concepción de la política exterior, que pretende no ya humildad para su país, sino humillación, incorporando elementos de una imagen izquierdista y tercermundista, en definitiva, antiamericana. Sus partidarios ponen el grito en el cielo y fuera del sistema solar cuando oyen esta crítica, pero hay una inmensidad de citas más que incómodas para echarles a la cara. Frente al alarde de la terminación de guerras está que lo grave es perderlas. Bin Laden fue posible gracias a la denostada inteligencia conseguida por Bush. Éste inició los ataques con aviones teledirigidos, de los que Obama está enamorado y con los que ha producido muchas más víctimas civiles, sobre la que los suyos corren un tupido velo. Sus actitudes y expectativas con Irán y Siria fueron un tiro por la culata. La trituración, sin explicaciones, de las promesas respecto a Guantánamo es una enciclopedia sobre sus ideas y realidades. Y su innoble gestión del ataque terrorista de Bengasi, mucho más todavía que los irresponsables fallos de seguridad cometidos, debería ser un gol imparable de Romney. Si no lleva el duelo verbal por esos derroteros, está concediendo la victoria a su rival.