César Vidal

Una ceremonia anglicana

A pesar del despiste de algunos que insisten en afirmar que la iglesia anglicana es más católica que protestante –¡qué disparates provoca la ignorancia!– lo cierto es que la iglesia de Inglaterra es una confesión reformada que pretende haber conservado lo mejor del catolicismo del s. XVI sumado a un regreso a la enseñanza pura de la Biblia.

La Razón
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Se puede discutir hasta qué punto los hechos se corresponden con esa afirmación, pero resulta indudable que semejante deseo aparece magníficamente reflejado en la boda principesca. De entrada, la música tiene un papel más que preponderante en el preámbulo de la ceremonia porque la Reforma siempre la enfatizó –ahí están Lutero y Bach como testigos paradigmáticos– como parte esencialísima de la liturgia. Amparado en esa música llegará el novio –que ha de esperar la entrega de la novia– seguido por la reina y por el clero. 

Lo encabezará el obispo del novio al que siguen el arzobispo de Canterbury como primado de la Comunión anglicana –que no es el rey como se repite erróneamente– y miembros del clero de la catedral donde se celebra el enlace. Sólo entonces llegará la novia. Sus pasos irán unidos, primero, a la entonación del Salmo 122 –la obligada referencia bíblica– y a un himno clásico debido a William Williams, un compositor del s. XVIII.

Entonces se pronunciará la bienvenida y la introducción en que se indicarán brevemente las razones de la existencia del matrimonio, una institución establecida por Dios y reflejada en la Biblia, y se invitará a manifestarse a cualquiera que pueda conocer impedimento para la celebración. 

Se da paso así a la solemnización del enlace que será realizado por el arzobispo de Canterbury tras solicitar de los contrayentes que manifiesten su voluntad de cumplir con los votos matrimoniales. Esta parte de la ceremonia será seguida por Love Divine, All Loves Excelling, uno de los himnos más conocidos de Charles Wesley, uno de los personajes esenciales en la aparición del metodismo en el s. XVIII. 

A continuación vendrá la lectura tomada de la carta de Pablo a los Romanos –el texto esencial para comprender la Reforma del s. XVI– al que seguirán un florilegio del libro de los Salmos, el Motete y las oraciones que, como no podía ser de otra manera, sólo van dirigidas a Dios. A todo ello seguirán las notas del famoso Jerusalem –algunos quizá lo recuerden de la banda sonora de Carros de fuego– con letra de William Blake y música del extraordinario Parry.

La bendición sobre los presentes seguida por el Himno nacional –los británicos son así de patriotas y suplican al Altísimo que salve a su monarca –señalarán la conclusión y mientras los contrayentes y sus testigos se retiran a firmar el registro, el coro entonará un himno con música de Parry y cuya letra es de John Milton, el gran autor puritano del s. XVII al que debemos El Paraíso perdido.

En conjunto, la ceremonia habrá rezumado el espíritu de la Reforma: culto a Dios y a nadie más que a Dios; referencias continuas y exclusivas a la Escritura; cuidado exquisito en la música perteneciente a algunos de los mejores poetas y compositores británicos; respeto ceremonial por un pasado amado y sencillez de formas. Sin comentarios.