Crítica de cine
El chapuzas
Pensando en hacer unos pequeños arreglos en casa, le pregunté a una amiga si conocía a algún «chapuzas» que supiera colocar lámparas, cambiar grifos, tapar grietas en las paredes... Mi amiga me recomendó a un tipo que encontró en internet. «Sabe un poco de todo y mucho de nada», me dijo, «habla como si le hubiesen dado cuerda, pero nadie es perfecto». Seguí su sugerencia, llamé al hombre y concerté con él una cita diagnóstica para que me diera un presupuesto. De modo que una mañana llegó él, con aspecto de clérigo cerbatana suburbial y unos presupuestos que tenían cierta semejanza con los Generales del Estado: una ristra de números en la que habría cabido la tumba de un filisteo, matemática cuántica (saltos cuánticos, efecto túnel…), o matemática mágica, pues aquello no había quien se lo tragara. «Un poco caro, ¿no?», me atreví a objetar, «oiga, que yo no quiero entarimar el Robledal de Corpes, que sólo tengo una pequeña grieta en el parqué…».
Con su verbo tormentoso, y mientras me justificaba lo injustificable en euros, el hombre me fue contando su vida aunque su vida a mí, en realidad, me importara un pito. Era cierto que hablaba más que la radio. Así, supe que estaba jubilado desde hacía varios años. Se jubiló anticipadamente. No había dejado de trabajar ni un solo día desde entonces porque se encontraba «hecho un toro. Tanto que si a mí me saliera ahora mismo una chavala de veinte años, ¡vamos, me volvía loco! Mi mujer piensa, como todas las mujeres, que eso del amor dura cincuenta años, y yo te aseguro a ti que se pierde la miente, pero no la simiente...», me explicó, espeluznantemente. Cambié de tema, abochornada. «¿No me daría factura, pues?», pregunté molesta, incómoda. «¿Y para qué quieres tú una factura, con lo que ha subido el IVA…? No ves que eso te encarecerá mucho los arreglos…», me respondió, impasible. Y añadió: «pues a ver si me puedes colocar tú a mi hija. Se ha quedado en el paro. Tiene derecho a cobrar dos años de paro. El otro día le salió un trabajo y, ¿sabes qué?, pues que el muy sinvergüenza del empresario le dijo que, si no deja de cobrar el paro, él no le paga. ¡Con lo que cuesta arreglar los papeles del paro, además!». Y juro que todo esto es cierto palabra por palabra. (Dios mío. Qué país. Dios mío. Qué país… Etc.)
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