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Escuela de sirenas por Julián Redondo

La Razón
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Ni la incapacidad de un empleado federativo, más torpe que Red Skelton, lastra el empuje, el talento, la brillantez, la imaginación, la entrega, el trabajo y la profesionalidad del equipo español de natación sincronizada. Cuando en las votaciones de los Premios Príncipe de Asturias aparecen Anna Tarrés y sus chicas edición tras edición, llevarlas a la final es imposible porque siempre hay quien aplica idéntico argumento año tras año: «¿Pero cuántos países compiten?». Ni con Esther Williams en el dúo avanzarían. En cambio, cuando el medallero español se atranca todas las miradas giran hacia la piscina en busca del auxilio «sincro», infalible. Tarrés ha creado una escuela de sirenas en España que cambia chuscos de pan por medallas. Sólo las rusas, los prejuicios y la sospechosa contaminación arbitral evitan la equiparación con Yelena Isinbayeba, princesa alada, jabalina en ristre, o con el mito de la cinta rosa que corona a la senadora Marta Domínguez, protagonista en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la eternidad.