Alicante

Violencia para morir joven

Destaca la ferocidad y la coordinación, la crueldad y la frialdad. Los homicidas de menor edad no es que cada vez maten más, que lo hacen, aunque no tengamos datos fiables, sino que se emplean de una forma que delata su estado de ánimo, su tranquilidad a la hora de herir mortalmente

La presunta asesina de Cristina Martín reconoció su asesinato
La presunta asesina de Cristina Martín reconoció su asesinatolarazon

Ya hace unos años, en Orihuela (Alicante), cuando el menor de 14 años, el récord de asesino más joven de España, dio muerte a una compañera de colegio, de 13 años. Buscó la alevosía que era de tal grado que el padre de la niña, un extranjero, no encontraba parangón.

¿Cómo es posible que me maten a mi hija y que no haya responsables? La hija tenía sólo 13 años, no hablaba español. Salía corriendo a las 7:30 para estar a tiempo en el colegio y aquel día no llegó. Su compañero, el letal malote, se había propuesto abusar de aquella belleza asiática. La niña ni siquiera fue capaz de sospecharlo ¿Ser asaltada en el luminoso levante español? Shila se murió sin verlo venir. El verdugo la sorprendió muy temprano, unos minutos antes de que llegara a la parada del autobús.

Su padre, Farhad Bigdely, de ascendencia iraquí, habría sido capaz de desconfiar antes de su tierra que de esta España que engaña con la superficie en calma. Su mujer, de origen malayo, quedó herida. El modo de la muerte fue un golpe en la cabeza seguido de asfixia con un pañuelo al cuello. El móvil fue sexual. El agresor la desnudó de cintura para abajo y la dejó abandonada en un descampado, junto a un viejo sofá. El joven homicida, mucho antes de reconocer la autoría, probó a echarle la culpa a un desconocido escapado en un vehículo.

El asesinato de Cristina Martín ocurrido en Seseña (Toledo), que se ha juzgado esta semana, sobrepasa cualquier expectativa. La presunta autora ha reconocido haber perpetrado el crimen. Tiene sólo 14 años. Su mejor amiga, a la que le hizo partícipe del asesinato, guardó siempre silencio y ha sido condenada por encubrimiento.

Era Semana Santa y la agresora llamó a la víctima, Cristina, con la que quedó en una antigua fábrica de yeso, en un paraje abandonado. Las dos chicas discutieron. Después la condenada agarró por el cuello a la otra, arrojándola al suelo, donde le propinó varios golpes en la cabeza. Utilizó una piedra. La agresora es fuerte, corpulenta, mientras la víctima es más bien poca cosa, suave y menuda. No le costó mucho trabajo dejarla sin sentido en el suelo. Y, al parecer, le cortó las venas de las muñecas con una navaja para que muriera desangrada.

Según calculan los médicos, Cristina tardó varias horas en morir. La autora de su muerte se marchó primero y volvió acompañada por su amiga. La herida todavía respiraba pero las dos recién llegadas no le prestaron ayuda.

Quizá con lo que debemos quedarnos es con la presunta visita que hacen la agresora y su cómplice al lugar del crimen horas después de haberla atacado. Quizá respiraba, pero ellas no la oyeron. Se marcharon sin asegurarse, sin saber a ciencia cierta si necesitaba ayuda. Así no se mataba antiguamente ni a los perros. ¿Tienen estas formas de violencia algo que ver con los programas de algunas televisiones? ¿Es esta actitud el reflejo de la impiedad que nos anega? Los jóvenes matan como curtidos matarifes, sin conmoverse ante el dolor. Los asesinos son jóvenes y más fríos. Con un toque gore.

Los sicarios
En Barcelona, Tommy, de 14 años, quién sabe si miembro de una banda latina, sufrió el presunto ataque de una banda rival. Al parecer, era miembro de Mara 13 o Mara Salvatrucha, que hasta no hace mucho se encontraba ubicada en el barrio de Pubilla Casas de L'Hospitalet. Allí a las bandas de los «reyes latinos» les dan estatuto de «asociación cultural». Mientras, en México, dos horas más tarde, el jueves, la Policía detenía a un supuesto sicario, «El Ponchis».

Un chico que solamente tiene 14 años, al que se le atribuyen trescientos asesinatos y que era elegido para mutilar a sus víctimas, castrarlas y decapitarlas. Le detuvieron en el aeropuerto de Cuernavaca y en seguida confesó que recibía hasta 2.500 dólares por cada muerte. Su jefe era «El Negro de Morelos». Es un chico pequeño, delgado, un poco desvalido, y aparece en la foto con las manos en los bolsillos.

La última de sus imágenes es esa foto entre dos soldados mexicanos. Soldados con capucha, para no ser objetivo de terroristas. El Ejército difunde una imagen nada conveniente: la fuerza militar tras los pasos de niños pervertidos, abandonados en la violencia, para los cuales el único trabajo posible es matar a otros por un puñado de dólares.