Crisis económica
Jalear y cabalgar por Alfonso Merlos
Un largo valle de sombras. Es lo que algún cráneo privilegiado profetizó hace un par de años si los ciudadanos no abandonaban su estado de ilusión y comenzaban a poner los pies en el suelo. No lo hicimos, y la consecuencia ha sido una descomposición económica y social sin precedentes. Pero de la penosa descomposición a la suicida destrucción media un paso. Y quizá esa zancada es la que están dando de forma irresponsable quienes han decidido que a las masas hay que jalearlas, que es lo que se hace a voces y con los perros cuando se les pretende animar a seguir la caza.
No seamos canelos. España no se va arreglar al grito de Rajoy, cabrón, quiero mi turrón. Es inadmisible que se confunda el acto noble de enarbolar una pancarta con rajar las ruedas de una unidad de intervención policial o agarrar un megáfono para amplificar una legítima reivindicación con insultar como un animal y boicotear como un macarra la jornada de un taxista.
Han sido centenares de miles los asalariados del sector privado, los autónomos y los pequeños y medianos empresarios que han perdido su empleo o un porcentaje salvaje de sus ingresos y facturaciones en unos años que hemos vivido peligrosamente. Pero esos compatriotas no se han dedicado a cortar calles, a reventar la libertad de movimientos del personal, a trastornar el derecho al trabajo de quienes lo han mantenido de forma heroica. Se han revuelto, han buscado, han luchado y muchos han podido volver a levantar cabeza.
Los socialistas y los sindicatos de clase verán lo que hacen. Pero en un país que ha pasado del fantasma de la opulencia al del default, de la más infantil euforia a la más lamentable depresión, sería de una inmoralidad extrema subirse a lomos del caballo de los funcionarios cabreados. Porque somos millones de españoles los que lo estamos. Los que confiamos más en la inteligencia que en la agitación; y por supuesto, nada en los caballos desbocados, los que corren precipitadamente y sin dirección.
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