Moscú
Pijos progres y espías
La Historia del quinteto de Cambridge sigue siendo una herida abierta en la conciencia nacional de los británicos. Cinco de sus hijos más selectos, educados para formar parte de la élite gobernante, se pasaron con armas y bagajes a la Unión Soviética y pusieron en grave peligro la seguridad de Occidente. Todos y cada uno de ellos habrían entrado con facilidad en lo que se denomina vulgarmente «pijos» y «progres».
«Kim» Philby, Donald MacLean, Guy Burgess y Anthony Blunt se habían educado en Cambridge y las razones por las que en los años treinta comenzaron a colaborar con la URSS seguramente se hundían más en la psique descontenta del niño inquieto de buena familia que en la profundización ideológica. Por ejemplo, Philby no fue un objetivo del NKVD, sino su padre, un conocido arabista que podría franquear a Stalin la senda hacia los pozos petrolíferos de Oriente Medio. Sin embargo, Philby padre no tenía el menor interés en el materialismo histórico –de hecho, se convirtió al Islam– y la inteligencia soviética aceptó al hijo como premio de consolación. Comenzó su labor durante la Guerra Civil española, fingiéndose periodista y fervoroso partidario de Franco.
Más brillantes que Philby fueron Burgess y MacLean, aunque nunca llegaron a su altura.
Marcados por el diletantismo y la homosexualidad, hay quien ha pensado que quizá sólo soñaban con un mundo mejor en el que su vida íntima no constituyera un escándalo. En 1951 se vieron obligados a huir, apareciendo un lustro más tarde en una conferencia de prensa en Moscú. A esas alturas, estaban más que hartos de vivir en una sociedad socialista donde sus debilidades estaban contempladas en el código penal. En 1955, los cancerberos del espionaje británico se acercaron a Philby de manera inquietante, pero las pruebas no eran concluyentes y el propio Harold MacMillan lo eximió de toda sospecha.
Philby hubiera podido acabar sus días tranquilamente en Gran Bretaña de no haber sido porque, en 1961, Anatoly Golitsyn, un desertor soviético, proporcionó información que le señalaba. En 1963, John Nicholas Rede Elliott fue enviado a Beirut a entrevistarse con Philby, que parecía estar al corriente de lo que deseaba y que le confesó la verdad sin ningún reparo. Philby era consciente de que podía ser secuestrado en el Líbano y huyó a la URSS.
Y apareció Thatcher
Condecorado y famoso, su vida en el paraíso socialista estuvo teñida por la amargura, la nostalgia y el whisky. Sin duda, el menos desdichado fue Blunt. Sin embargo, en 1964, un americano llamado Straight, al que había intentado reclutar, pasó la información al MI6. Blunt hubiera podido ir a prisión por treinta años, pero prefirió confesar a cambio de inmunidad penal. Cuando en 1979 fue acusado por un periodista de investigación de ser un espía, Margaret Thatcher se vio obligada a informar de toda la verdad al parlamento. Pero ¿quién era el quinto hombre?
Las especulaciones sobre el mismo han sido de lo más variopintas, incluyendo al filósofo Ludwig Wittgenstein. El desertor soviético Oleg Gordievsky afirmó que era John Cairncross, pero también insistió en que el primer ministro británico, el laborista Harold Wilson, era un agente de la KGB y semejante aserto debilitó su credibilidad. Quizá nunca lleguemos a saber a ciencia cierta su identidad. Lo que no puede pasarse por alto es que aquellos cinco hombres –pijos, progres y espías– estuvieron a punto de arruinar la seguridad de Occidente por un proyecto social que hubieran preferido no conocer en su propia carne.
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