Libros

Libros

La bolera

La Razón
La RazónLa Razón

Al cabo de tantos años escribiendo sobre ello, no negaré que me gusta contar historias sobre el ambiente de los antros, la vida inestable y lujuriosa, las decisiones tomadas casi con pánico al límite de la lucidez, en ese instante dramático en el que lo único sensato sería renunciar a la lógica y perder la razón. A partir del reconocimiento de mi afición literaria a los ambientes sórdidos y a las situaciones límite, he de admitir que si escribo sobre esos tipos amorales y excesivos no es sólo porque se presten a su conversión en literatura, sino, sobre todo, porque nunca tuve agallas para ser uno de ellos. Hubo una época de mi vida en la que frecuentaba por la noche una sala de juegos a la que acudían como reclamo algunas de las chicas más hermosas de la ciudad. Fue allí donde hice mi entrenamiento literario antes de adentrarme en los verdaderos tugurios y sumirme durante casi treinta años en ambientes en los que sólo se consideraba inmoral la decencia. Fue también en aquel local donde me di cuenta de que para conseguir la simpatía de aquellas mujeres tan atractivas la literatura no era mala cosa, pero si además de su simpatía, quería conseguir su cama, en ese caso lo adecuado habría sido desbancar de su negocio al propietario del local y reinar, con suéter azul y pantalones blancos, en el foro excitante y mundano de la bolera. Cuando era apenas un muchacho creía que las niñas guapas se arremolinarían ante mi supuesta vena poética. Luego me di cuenta de que la expectación femenina ante el poeta sensible y declamatorio era simple minucia comparada con la avidez que despertaba entre las chicas el tipo de la bolera cuando al final de la noche se disponía a hacer el arqueo de caja. Ni siquiera se me plantearon dudas al respecto. No me preocupaba entonces averiguar hasta qué punto ellas se rendirían al dinero antes que cometer la gratuita estupidez de sucumbir al Arte. Por si aún me quedase alguna duda, me lo dejó bien claro de madrugada una fulana en su antro: «A mi hermana y a mí, nuestros padres nos dieron los mismos buenos consejos. Ella obedeció y yo hice lo que me salió de los ovarios. Ahora mi hermana es la empleada del hogar del tipo que me mantiene. Por desgracia, periodista, a veces las cosas que te hacen feliz son exactamente las mismas que te corrompen». Me gustaba aquella mujer, pero no pude competir con el tipo acaudalado que generosamente pagaba sus caprichos. Por eso él era su amante y yo solo podía haber sido su biógrafo.