El Cairo
Cien millones de perseguidos por César VIDAL
Es habitual que los medios se refieran a la discriminación sufrida por minorías, pero llama la atención el silencio sobre la persecución de los cristianos en todo el mundo
Aunque la opinión pública se ha sentido especialmente conmovida por el proceso y condena a muerte de la cristiana paquistaní Asia Bibi, lo cierto es que episodios de ese tipo distan mucho de ser excepcionales en el mundo en que vivimos. A decir verdad, resultan sangrantemente habituales.
Si el 30 de noviembre pasado, dos cristianos evangélicos Ksor Y Du, de 47 años, y Kpa Y Co, de 30, eran sentenciados a seis y cuatro años de prisión respectivamente por predicar el Evangelio, el 29 de noviembre la condena caía sobre un cristiano de la ciudad de Moyale, en el sur de Etiopía, que ya llevaba tres meses en prisión acusado de execrar el Corán.
Los coptos de Egipto, los católicos de los territorios palestinos o los evangélicos de Argelia son sólo algunos de los numerosos ejemplos de cristianos sometidos a persecución por el simple hecho de serlo. Cien millones de cristianos se ven perseguidos en naciones que, sustancialmente, obedecen a tres tipos de situaciones.
En primer lugar, naciones donde la religión mayoritaria es el islam; en segundo, las dictaduras comunistas y, finalmente, naciones que profesan religiones orientales como el budismo o el hinduismo.
Corea del Norte sigue siendo el peor lugar del mundo donde ser cristiano. De hecho, cualquier actividad de carácter religioso es considerada como una acción subversiva contra el Estado socialista dirigido por Kim Jong-il. El arresto, la tortura e incluso la muerte es el destino que espera a los que son cristianos. De hecho, el número de los que se encuentran en campos de concentración simplemente por su fe podría alcanzar hasta las setenta mil personas.
Después de la dictadura comunista de Corea del Norte, se encuentra el régimen islámico de Irán. Durante el año pasado no menos de ochenta y cinco cristianos fueron detenidos. Buena parte de ellos denunciaron torturas e incluso los puestos en libertad –como Maryam Rostampour y Marzieh Amirizadeh– continúan con causas pendientes y están sometidos a vigilancia.
No mucho mejor es la situación en Arabia Saudí. Siguiendo la disposición de Mahoma de que en Arabia sólo pueden vivir musulmanes, los únicos cristianos que hay en la península son extranjeros a los que se permite la adoración privada, pero que no pueden tener objetos como biblias o rosarios. Es frecuente que se produzca su detención y que se enfrenten a amenazas de muerte e incluso con la perspectiva de ser asesinados. El año pasado tuvo lugar al menos uno de esos crímenes.
Especialmente dolorosa es la situación de los cristianos en Somalia, la tercera nación en la lista de las perseguidoras.
En 2008, no menos de diez cristianos –incluyendo cuatro maestros– fueron asesinados por su fe. Mucho mayor fue el número de los que sufrieron secuestros o violaciones. Concluyendo el siniestro quinteto se encuentran las islas Maldivas. En este archipiélago, todos los ciudadanos han de ser musulmanes, aunque a los cristianos extranjeros se les permite tener una Biblia para uso personal siempre que no se reúnan con otros ni siquiera para un culto privado.
Persecución cotidiana
En las naciones islámicas, la persecución de los cristianos forma trágica parte de la cotidianeidad, aunque se tolere eventualmente la existencia de alguna iglesia o el culto de los extranjeros.
Así, en Pakistán, la décimocuarta nación en la lista de países perseguidores de Open Doors, se da una media de un cristiano asesinado y otro arrestado cada mes. El secuestro y los maltratos físicos ocurren con extraordinaria frecuencia y los ataques contra la propiedad de los cristianos y las iglesias de cualquier confesión se producen con una frecuencia semanal.
Desgraciadamente, la persecución religiosa se da también en naciones donde, supuestamente, existe un reconocimiento de la libertad de culto. Por ejemplo, en Turquía existe un Estado laico nacido de las reformas de Kemal Atatürk, pero mientras que el islam sigue teniendo un peso omnipresente, los cristianos siguen sufriendo acoso y violencia que procede incluso de sus propios familiares.
Algo muy semejante sucede en India. Aunque se permite la existencia de las confesiones religiosas que ya existían en el momento de la independencia, está prohibida legalmente la conversión de los indios. Fue una condición aceptada por ejemplo por la madre Teresa de Calcuta para poder llevar a cabo su labor humanitaria. Sin embargo, ni siquiera esa circunstancia garantiza el sosiego de los cristianos. El 23 de agosto de 2008, en el estado de Orissa, se produjo el asesinato de 110 cristianos y, al menos, 160 iglesias y 4.500 hogares fueron destruidos y más de 54.000 cristianos se vieron desplazados. En paralelo, se asesinó a cristianos en otros seis estados.
Otro caso especialmente triste es el de Kenya. Aunque existe libertad religiosa, la cercanía de comunidades islámicas –especialmente en la frontera noreste con Somalia– ha desatado un clima de terrible persecución contra los cristianos. A todas estas situaciones, no por desconocidas menos trágicas, se suman dos circunstancias especialmente dramáticas. La primera es el avance del terrorismo islámico. Al Qaida ha declarado expresamente que los cristianos son uno de sus objetivos prioritarios. En ese sentido, el asesinato en Irak de casi 50 cristianos en un atentado perpetrado por la organización terrorista frente a la catedral siro-católica es un ejemplo más, como sucede con los que viven en los Territorios palestinos y se ven sometidos al acoso, a la conversión al Islam o al exilio.
Silencio de la Iglesia
La segunda es el silencio de algunas autoridades eclesiásticas frente a la persecución. Fue el caso de la expulsión de unos misioneros de Marruecos hace unos meses, seguida por la declaración de distintas instancias religiosas en el sentido de que existía libertad de culto en un país donde brilla por su ausencia o el de Bielorrusia, donde la Iglesia ortodoxa apoya la restricción de libertad religiosa de católicos y protestantes.
Tanto en un caso como en otro, nos enfrentamos con dos circunstancias dolorosísimas, la de un fanatismo que no recibe respuesta y la de un oportunismo que hace oídos sordos al dolor pensando que obtendrá beneficios del silencio. Ambas respuestas resultan intolerables frente a cien millones de cristianos que padecen persecución por su fe.
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