Conciertos
Estupenda y sencilla
La cantante Joan Sutherland falleció esta semana. A sus 83 años, era una leyenda viva. Si el martes escribía en su obituario la trayectoria de su carrera, hoy quisiera trasladarles algo más personal, nacido de las veces que coincidí con ella, con el objetivo de mostrar su carácter sencillo, muy alejado del divismo. La primera vez fue en el Teatro Real en 1979. Asistí a la prueba de un concierto y me quedé sorprendido al verla en el escenario, y no en su camerino, haciendo punto mientras la orquesta ensayaba las piezas. Con ella estaba Richard Bonyngue, su marido, para tener todo bajo control. En los 80 cantó en el Liceo junto a Alfredo Kraus. Ambos eran ya mayores, pero Sutherland conservaba aún gran parte de sus increíbles capacidades para las agilidades y los agudos. Soportó con estoicismo el tremendo maquillaje que hacía cartón piedra de las caras de ambos artistas y que puede curiosearse en Youtube.
Visitó Madrid en 2000 con Bo- nyngue cuando éste dirigió «La Sonámbula» en el Real. Presenció la función desde un palco sin que casi nadie advirtiese su presencia y el teatro, entonces dirigido por Cambreleng, fue incapaz de del menor gesto con ella. Visitó Toledo y El Escorial y aquí, por casualidad, coincidimos en el mismo restaurante. No quise molestarla, pero sí ordené llevarle una botella de champán de forma anónima. Había que trasmitirle que en España era también admirada. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al día siguiente, mi querido amigo Miguel Lerín, con quien había quedado a cenar para celebrar mi cumpleaños, me advirtió que vendría acompañado de dos personas como regalo. Me puso una condición: no debía decir que me dedicaba a la crítica musical. Aparecieron Sutherland y Bonyngue y, entre simples aficionados, ella no paró de contar experiencias. Valga una muestra: las dos voces más grandes que había conocido eran las de Gigli y Stignani. Muy sencilla como persona, quizá aburriese a algunos por su ininteligible dicción, pero tuvo la más increíble vocalidad del siglo.
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