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Crónica negra: Miriam Toñi Desirée recuerdan

De Antonio Anglés, a quien también se culpó de los asesinatos de Alcácer, nunca se supo nada
De Antonio Anglés, a quien también se culpó de los asesinatos de Alcácer, nunca se supo nadalarazon

El único condenado por el crimen de Alcácer ha estado a punto de ser puesto en libertad en varias ocasiones. En todas ellas la naturaleza de los hechos que protagonizó ha impedido tal beneficio. Incluso había un sacerdote muy bien dispuesto a acogerlo en su casa, pero el peligro ha pasado definitivamente. Cuando todo estaba listo para ponerlo pronto en la calle, le ha caído, como del cielo, gracias a la lucha incansable de la asociación Blanca Campoamor, la aplicación de la «doctrina Parot», lo que supone que Miguel Ricart no saldrá en libertad antes del 2023. Bien visto no parece mucho tiempo para un individuo condenado en 1997 a 170 años de cárcel por tres asesinatos y cuatro delitos de violación. Fui de los pocos que estuvieron mañana y tarde en la Audiencia Provincial de Valencia asistiendo a todas las sesiones de aquel largo juicior. En el banquillo sólo estaba Miguel Ricart Tárrega al que se le imputaban acciones horribles. Y allí estaba aquel rubiajo, crecido en prisión, duro como un alambre, que llamada de usted respetuosamente al fiscal pero que no soltaba prenda. ¿Qué era en realidad el caso Alcácer? ¿Había detrás un grupo de ricachos que contrataron los servicios de unos delincuentes de medio pelo? Las respuestas las tiene probablemente este hombre curtido por el sol del patio. Miguel no ha dicho quiénes eran los otros criminales, si actuaron por cuenta propia o si hay más gente detrás. Su aspecto de potro desvalido le valió la simpatía de un valenciano de bien, protésico dental por más datos, que, cuando todo el mundo lo consideraba un demonio apestado, le prestó su ayuda. Le compró ropa, le llevó un televisor y le daba confianza y compañía. A fuer de ser bueno, el ángel guardián le pedía datos sobre el misterio: «¿Dónde está Antonio Anglés? ¿cuántos erais?, ¿por qué lo hicisteis? Pero Ricart guardaba silencio o contestaba con evasivas. Como cuando se dirigía al fiscal en plena sala: «¿Las mataste»? «No, don Enrique?». ¿«Dónde está Anglés?». «No lo sé, don Enrique». Y te decías, ¿cómo es posible que este muchacho, tan poca cosa, haya tenido secuestradas a tres chiquillas y luego las haya asesinado brutalmente? Pero luego iban desgranándose las pruebas. Probabas a imaginártelo con una pistola en la mano, con la del policía al que le robaron el arma, con la munición justa para la ejecución, nadie debería saber nunca lo que pasó: un tiro para cada niña y el último tirito para Antonio, el protestón, el eslabón molesto. Pero a él no se lo podías arrancar. Así que sin haber colaborado con la Justicia, sin haber aplacado el dolor de las víctimas, sin haber satisfecho la demanda de los ciudadanos, Ricart iba pasando en la cárcel con la estrategia del junco, que se dobla sin romperse: «Sí, don Enrique; no, don Enrique», y pensando que saldría como el águila, sobrevolando el patio de la cárcel, o como la culebra, reptando bajo la arena, o como las aguas arrastradas por la lluvia. Fuera le espera el padre, pongamos Mateo, y su antigua novia, quizá un hijo en común, una vida llena de oportunidades, las que él no les dio a las chicas. Tenía, insisto, un pie en la calle, cuando surgió como del rayo la «legislación Parot». ¿Y quién es este santo Parot? Henri Parot no es ningún santo, sino un etarra que se iba a escapar gracias a la legislación tan flojita con la que contamos. Su caso era escandaloso, hasta el punto que los magistrados del Tribunal Supremo que lo juzgaban se cayeron del caballo. La obviedad que se encendió iluminándolo todo como una zarza ardiendo fue que no era justo que un asesino pagara lo mismo por un crimen que por varios. Hasta entonces, en la justicia española, como en los descuentos del hipermercado, funcionaba el dos por uno: matabas dos y solo pagabas uno.

Padres sin miedoLa doctrina Parot le ha quitado el miedo a los padres de Miriam, Toñi y Desirée, a sus familiares y amigos. Ahora sí que Ricart se va a pasar una buena temporada a la sombra y tendrá tiempo de reflexionar sobre cómo ha podido ocultar cuanto sabe del horrible crimen, cómo ha perdido el favor y la amistad de la gente buena con su tosca cerrazón, incapaz de la generosidad de aplacar las conciencias con el relato verídico de lo que pasó y la denuncia efectiva de todos los culpables. Tal vez porque creía que esos tipos tontuelos de ahí fuera le iban a dejar libre en seguida, en cuanto les dijera con lágrimas de cocodrilo que temía por su hija y los terrores de la corrupta sociedad.