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Rumanización por Cristina López Schlichting

La Razón
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Esto empieza a parecerse al camarote de los hermanos Marx. –«Perdone, señor Papá Noel, ¿su título universitario, si es tan amable?» – «Catedrático de Metafísica, caballero». Se pone una a imaginar y no para: «Se busca licenciado en Exactas para Rey Mago. Se gratificará». Hace meses que no hay trabajo para estudiantes en los supermercados.

Cajeros, reponedores, vendedores de fin de semana son trabajos demandados por los padres y madres de familia. No recuerdo nada semejante desde mi infancia, en los 70, con la crisis del petróleo. Si algo me maravillaba a finales de los ochenta, cuando empezaron a menudear mis viajes de reportera al Este de Europa, era visitar las humildes casas de los cirujanos o profesores y comprobar que, en Bucarest o en Sofía, el régimen tenía a gala albergar de forma idéntica a todo el mundo. Por supuesto, igualando por debajo. Grifos rotos, paredes desconchadas, camas en espacios inverosímiles, eran comunes a obreros y licenciados.

En muchas ocasiones, vivían incluso mejor el camarero o el mecánico –que podían ganar dinero negro– que el universitario. También en Oriente Medio o en el Golfo me encontré cosas similares. Profesores de Hispánicas haciendo de guías turísticos en El Cairo, o catedráticos recorriendo Irán con los periodistas. No sienta nada bien reencontrarse con semejantes historias… en el propio país. Hasta hace poco nos sorprendía que la vecina hubiese contratado una asistenta rumana con tres idiomas y dos carreras, capaz de hacer los deberes con los niños y enseñarles inglés. Me temo que, a partir de ahora, la asistenta podrá ser valenciana o palentina. O, sencillamente, cualquiera de nosotros.