Estados Unidos

Lo que no conté de América (I) por César Vidal

La Razón
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Durante los últimos meses, he disfrutado del inmenso privilegio y del inmerecido honor de ser el enviado especial de este diario para cubrir la campaña electoral en Estados Unidos. Se juntaban así tres placeres especialmente gratos para mi: escribir; colaborar diariamente en este medio y recorrer mis queridos y admirados Estados Unidos. Precisamente porque mi tarea era, fundamentalmente, de carácter informativo, he procurado en todo momento mantenerme dentro de la línea de la descripción lo más documentada posible y distanciarme de todo lo que pudiera ser opinión. En virtud de ese compromiso, renuncié a contar temporalmente cuestiones que me parecen de especial interés. Creo que los lectores acogerán con indulgencia que ahora sí pase a relatarlas. La primera – llamativa e histórica– es el ocaso de la influencia cubana en el seno de la minoría hispana de Estados Unidos. Cuando hace cincuenta años, llegaron exiliados a Estados Unidos los primeros cubanos, nadie podía imaginar que se convertirían en el inicio de una influencia hispana creciente. Sí era más fácil prever que, tras el fracaso de Bahía Cochinos bajo la presidencia del demócrata Kennedy, acabarían orbitando en la esfera del partido republicano. Dotados de un cierto sentimiento de superioridad que debe no poco a que son españoles de segunda o tercera generación, diferentes de los mulatos o de los indios de otras naciones hispanas, su influencia durante décadas ha resultado extraordinaria en el sur de la Florida. Tan considerable ha sido, que Romney creyó que con su voto y el de los blancos podría alzarse con los compromisarios del estado. No ha sido así porque la llegada de otros hispanos que se aferran al partido demócrata como una tabla de salvación ha anegado a aquellos primeros cubanos. Lo comprobé vez tras vez en la Florida, en Texas e incluso en estados del sur profundo. Dominicanos y mexicanos, colombianos y salvadoreños, puertorriqueños e incluso los cubanos llegados en los últimos años se identifican con el partido demócrata y aborrecen hasta extremos increíbles a aquellos cubanos de antaño. Lo cierto es que les trae sin cuidado Fidel Castro, aunque acaben de llegar de la isla; las consignas republicanas les suenan vacías y desean, sobre todo, vivir mejor y que se les tenga en cuenta. A decir verdad, están convencidos – con excepciones a las que me referiré otro día– de que si el sueño americano se hace realidad alguna vez será gracias a un partido demócrata menos estricto con los inmigrantes, entregado a crear un sistema de sanidad universal y dispuesto a que los más humildes puedan llegar a la universidad. De manera bien significativa, los cubanos en Nueva Jersey votan desde hace años al partido demócrata. En los próximos tiempos, el partido republicano, si ansía tener alguna influencia entre los hispanos, tendrá que mirar en nuevas direcciones porque el ocaso de la minoría cubana del sur de la Florida ya ha comenzado.