Danza
El cine salda cuentas con el comunismo
La otra memoria histórica mira a la China revolucionaria en «El último bailarín de Mao», que se estrena hoy. Y con ella, «Camino a la libertad», sobre el gulag, e «Historias de la edad de oro», sobre la Rumanía de Ceaucescu.
Durante décadas era raro, por no decir extraordinario, encontrar manifestaciones culturales que enfrentaran al comunismo con su verdadero rostro. La izquierda, nutrida de intelectuales y artistas que habían idealizado los valores de mayo del 68, defendió al «sistema». Pocos –el Sholzenitsyn de «Archipiélago Gulag»– se atrevieron, antes de la caída del Muro, a poner los puntos sobres las íes a dictadores y regímenes asesinos. Por fortuna, con el cambio de siglo el arte empieza a saldar cuentas con el comunismo. En las próximas semanas coincidirán en la cartelera española tres películas críticas: «El último bailarín de Mao», de Bruce Beresford; «Camino a la libertad», de Peter Weir; e «Historias de la edad de oro», de Cristian Mungiu junto a otros directores rumanos. Las dos primeras están basadas en hechos reales y, con diferentes tonos –el «biopic», el drama y la comedia–, todas tienen algo en común: retratan las miserias de tres regímenes emparentados ideológicamente: el maoísta, el estalinista y el de Ceaucescu.
Incidente diplomático
En «El último bailarín de Mao», que se estrena hoy, al igual que el filme de Mungiu, Beresford ha adaptado la autobiografía homónima del bailarín chino Li Cunxin (publicada en España por la editorial Kailas), en la que la estrella de ballet narra sus comienzos como hijo de una familia numerosa en la provincia china de Shandong, cómo fue «reclutado» para la Academia de Danza de Beijing y cómo, pese a las dificultades, logró despuntar. Aunque la verdadera historia de Cunxin arranca en 1981, cuando, invitado por el Houston Ballet, desertó para abrazar el sueño americano en un sonado incidente diplomático: Cuixin fue retenido contra su voluntad en el Consulado chino hasta que la presión del Gobierno estadounidense logró que el Partido cejara. El precio que pagó fue no pisar su patria hasta 1988, cuando pudo reunirse con su familia. El artista, que reside desde hace años en Melbourne con su segunda esposa, la australiana Mary MacKendry, y los tres hijos de ambos, habló con LA RAZÓN del filme y el libro, de su vida y de China.
El gigante asiático ha abrazado el liberalismo neocapitalista en lo económico, aunque aún defiende con mano férrea el autoritarismo. «Espero –dice Cunxin de la película– que recuerde a la gente que no hace tanto tiempo China era muy diferente. Mi historia tal vez represente el éxito de la apuesta por la política de apertura del país». Y añade: «Me consta que incluso en China, cuando el libro se publicó allí, la gente joven estaba muy sorprendida, porque realmente desconocen mucho de la historia reciente de su país. A menudo hay que recordarles lo que ocurrió, decirles: ve y habla con tu padre o tu madre. La Historia es una importante lección en nuestras vidas. No debemos olvidarla».
Cunxin recuerda por qué su caso fue especial. Su detención, el 28 de abril de 1981, en el Consulado chino, de donde seguramente habría sido deportado, fue portada en los diarios. «Yo fui probablemente el pionero, el primer artista que tuvo el valor de huir de su país. Después de eso, el Gobierno abrió la puerta gradualmente para que otros pudieran hacerlo. Mis compañeros de clase ya no tuvieron que escaparse: pudieron dejar China sin demasiada interferencia política».
Cunxin, hoy ya una institución –cumplirá en enero 50 años–, está contento con el resultado –«la película ha retratado muy bien lo que viví, ha capturado con fidelidad mi espíritu»– y recuerda aquellos momentos como si fuera ayer: «Cuando veo la escena de mi huida en el filme aún me dan escalofríos». «Aquella noche sentí que me iban a matar. Cuando los cuatro guardias me cortaron el paso en la calle con el coche, pensé: ya está, esto es el fin». No ocurrió: «Fui afortunado. Hay varios factores que ayudaron: Barbara Bush estaba en el Patronato del Houston Ballet y su marido, el vicepresidente Bush, estaba muy cercano a la ciudad. Además, yo fui el primer estudiante de intercambio en EE UU que se había convertido en una estrella». Y tiene claro que «si no hubiera alcanzado el estrellato, si no me hubieran ayudado los Bush o si no hubiera tenido al abogado de inmigración que tuve –en el filme se ve el papel que jugó Charles Foster–, probablemente me habrían mandado de vuelta a China y eso habría sido el final para mí».
Una herramienta política
Es curioso el retrato que la película ofrece de las ansias del Partido por controlar el ballet como otro medio más de propaganda: Nureyev o Nijinsky bailando un hemoso «Lago de los cisnes» eran muestras de decadencia burguesa; una acrobática coreografía con fusiles y banderas, en cambio, tenía la aprobación del comisario de turno. «Nos entrenaron para ser herramientas políticas: éramos como marionetas. Mi arte debía servir a la ideología. El ballet en sí era secundario. Lo político siempre era prioritario. Nos enseñaron a ser guardias rojos, no bailarines». Una pena porque «el entrenamiento de los artistas era increíble, se trataba de la vieja escuela rusa. Así que incluso para ser herramientas políticas, debíamos ser los mejores. A los ojos de Madame Mao, sólo eso valía».
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