Historia

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Un terror global por José Jiménez Lozano

¿Se seguirá pensando en aterrorizarnos y tornarnos maleables como plastilina social y política? Ni lo podemos imaginar 

La Razón
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Como gracias al funcionamiento de la comunicación –especialmente dada la gran cantidad de informaciones– es estadísticamente muy raro saber lo que pasa en el mundo, tenemos que adoptar una dieta informativa muy rigurosa y de muy pocas noticias seguras, tratando de controlar su realidad y medir su significado alcance. Pongamos por caso el asunto del calentamiento global, teoría desautorizada por gentes de ciencia muy serias, pero afirmada por los grandes medios de comunicación y aceptada por varios gobiernos. ¿Qué podríamos pensar por nuestra cuenta?

Desde luego, a este respecto como a otros, se venía echando de ver demasiado en esa teoría una voluntad de aterrorización mundial que siempre ofrece facilidades políticas para la servidumbre; y el Dr. Vaclav Havel, antiguo presidente de Checoslovaquia, se apresuró a avisarnos, desde el principio, en cuanto esa teoría fue propagada por los cielos y la tierra, de que de lo que se trataba era de un intento de liquidación de las libertades individuales. Aunque sería «por nuestro bien», como se nos lleva diciendo durante más de cien años, y comprobando que las multitudes obedecen como ovejitas.

Pero, por otro lado, parece que en la Casa Blanca, por sugerencia del consejero científico y de cuestiones tecnológicas del presidente Obama, Mr. John P. Holdren, se ha decidido que es mejor no hablar más del calentamiento global, y no porque también se dice que ya se ha sacado bastante provecho económico y hasta se ha obtenido un Nobel y varios triunfos cinematográficos. No, el hecho es que las gentes no se han asustado lo suficiente, y entonces hay que inventar algo que equivalga a apocalipsis y a poner en negro sobre blanco que la única salvación posible está en el control de la población mundial, de la que sin duda es partidario el dicho señor consejero del presidente Obama, o eso es lo que ha escrito en otras ocasiones.

Lo que, por lo demás, es algo que, por razones de calidad humana – porque siempre hay unos hombres más iguales que otros, como dice un personaje de «Rebelión en la Granja» de Orwell, los distinguidos escritores y científicos del siglo XX ya habían venido pensando y manifestando de vez en cuando, o más bien reiteradamente, y, si se miran los nombres, pueden llevarse las mayores y más tristes sorpresas, porque tal repertorio va desde Wells a Graham Green o Virginia Wolf. Para los científicos eugenistas y darwinianos sociales sobrarían los enfermos físicos y mentales y los viejos ya desvalidos, y para los escritores e intelectuales –izquierdistas de partido o de honor y darwinistas de derecha– las masas populares y de la clase media baja tampoco tendrían muchas razones para seguir haciendo bulto en el mundo, ya que pertenecer simplemente a la especie humana no es nada significativo al fin y cabo.

Así que todos estos pensares y sentires están en la misma longitud de onda no sólo del programa hitleriano del eugenismo y de la liquidación de los judíos, sino de las siniestras filosofías del darwinismo social de finales del siglo XIX y de los experimentalismos de la República de Weimar, todo lo cual se hace para nuestro bien, como queda dicho, y el de nuestro sistema de Granja progresada que salva a los individuos de ella más fuertes y más listos, no permitiendo nacer o haciendo perecer científicamente a la escoria inútil de la especie. Pero, a tenor de lo declarado por el consejero para la ciencia y la técnica del presidente Obama, Mr. John P. Holdren, ¿se seguirá pensando en aterrorizarnos y tornarnos maleables como plastilina social y política? Ni lo podemos imaginar.

No tenemos medios para saber siquiera si se ha dado, o se da, un hecho de cualquier tipo, y necesitaríamos un pensamiento claro y crítico, sin ideologías, ni ídolos reinantes como los del Espíritu del Tiempo y el Espíritu del Pueblo, para valorar la realidad. Pero ya se encargan nuestros señores de impedirnos estos esfuerzos, y de hacernos tragar ruedas de molino como pastillitas.