Lima
Roberto Domínguez: «Es muy difícil que te respeten y quieran a la vez»
Siempre se dijo de él que era un torero atípico. Cuando le pregunto por qué, me responde que seguramente será porque, en su época, «leía el periódico o me interesaba el Premio Nadal». Pero lo cierto es que tampoco le gustaba pasearse por los foros taurinos. No es que los despreciara, sino, más bien, que era un torero «hacia adentro». O lo que es lo mismo: un torero, al que le gustaba serlo sólo cuando el toro estaba delante y no en el hall de un hotel o andando por la calle; un torero que siempre reconoció que «el torero, sin el toro, no es nada».
–Su última faena fue en 1992. ¿Se recuerda más el último día o el primero?
–Yo recuerdo más el primero porque fue muy triste. Fue como darme cuenta de la imposibilidad, de que había escogido una profesión tremendamente dura, de que no era fácil lo que yo pensaba que pudiera ser, de que todo lo bonito que tiene la profesión del toro se sufre increíblemente para conseguir lo mínimo. Hasta que logras alcanzar tus sueños pasas mucho sufrimiento, muchas dudas, muchas inquietudes y mucha pérdida de infancia y de juventud.
–¿Y se dio cuenta de eso el primer día?
–Es que fue cuando vi la dificultad porque tuve un fracaso estrepitoso.
–Eso está bien, así sólo podía mejorar...
–Claro. Esto fue en Lorca, un 12 de marzo del 67. Yo tenía 16 años recién cumplidos. Y entonces, cuando me quise retirar, toreé en Lorca una corrida de toros de Miura, habiendo solucionado mi vida.
–Aquel primer día era un niño. Es espeluznante ver lo jóvenes que empiezan ustedes a jugarse la vida...
–El que se juega la vida, además, se da cuenta de un porcentaje ínfimo de lo que ocurre a su alrededor, por todas las presiones, por todos los intereses. Y se va cambiando. Yo era mucho más subjetivo y mucho menos capaz de valorar las cosas cuando estaba toreando. Luego me voy dando cuenta de que hay opiniones que hay que respetar y también de que con la verdad no se va a casi ningún lado.
–Pues ha ido usted a muchas partes, o sea que debe de haber mentido mucho...
–He ido a muchas partes. Y hemos mentido todos.
–Hay una verdad indiscutible: desde que se acercó al toro, ya no abandonó su mundo.
–Es verdad que yo sin el toro no soy nada. Cuando toreaba y después.
–¿Y qué tiene el toro para enganchar a un hombre con formación, como usted, que podía haber elegido otro camino antes y después, y que iba para arquitecto?
–Iba. Lo que yo escogí, verdaderamente, ha sido ser torero; las otras dos facetas, la de comentarista en Vía Digital durante cinco años o ésta de apoderado de El Juli durante nueve, me han buscado a mí.
–Ya que lo nombra, ¿qué pasa con El Juli, que no va a estar en San Isidro?
–El Juli ha cambiado tanto y ha hecho unas cosas tan importantes en el mundo del toro, que es dueño actualmente de su destino. Se ha atrevido a protestar por una situación actual y eso en los tiempos que corren es muy duro y se le ha intentado castigar; pero yo confío en que en el mundo del toro pasará lo de siempre: que el que domina el toro domina al toreo. Y El Juli domina al toro y no le dejan dominar al toreo..., pero ahí está su reto y esperemos que esté acertado porque si no, no lo van a perdonar.
–O sea, que no estará en San Isidro.
–Ni en San Isidro, ni en Sevilla, ni en Valencia, ni en otro tanto de plazas; pero la verdad, como se impone, al final aparece siempre.
–El Juli forma parte de su trayectoria y, por toda ella, recibió un premio en Valladolid hace ahora un año, ¿no?
–Es verdad. Y es un orgullo para mí por dos motivos. Primero porque es la primera vez que la medalla de reconocimiento artístico a la Comunidad de Castilla y León que otorga la diputación provincial de Valladolid se la dan a un torero dentro de la transmisión del lenguaje artístico que puede tener cualquier artista en castellano. Pero también ha sido el primero que me han dado en vida, en presencia de mis dos hijos pequeñitos (9 y 11 años). Para mí ha sido un orgullo poder compartir con ellos ese premio, porque, naturalmente, nacieron mucho después de mi retirada...
–Vuelva a la plaza con el recuerdo, que siento curiosidad. ¿Desde la arena se escuchan los comentarios del tendido?
–Se oye casi todo. Una vez le preguntaron a Juan Belmonte, el mítico torero espejo de todos nosotros. Le dijeron: «Don Juan, ¿usted oye lo que le dicen los espectadores?». Y dijo : «Todo. Lo que no me oyen ellos es lo que digo yo». Es genial. Él era genial.
–Genial es también lo que decía el amigo de su tío Fernando, el Dr. Zúmel , de que el talento es estéril. Así sus hijos no tendrán que dedicarse a los toros...
–Afortunadamente, porque es tremendo y en esta época, más.
–¿Por qué?
–Porque esta época es complicada para todo, pero para el mundo del toro con todos los avatares que hay de reducción y de alejamiento del mito, con toda la cercanía que hay por los Twitter, por Internet, por la inmediatez del éxito, no te deja capacidad de ensueño, de agrandar los éxitos y de mitificar a alguien. Y precisamente ahí hay mucho de José Tomás, que no se deja tocar. El torero tiene que tener otra lejanía y él lo ha conseguido.
–Es curioso que mencione a José Tomás, porque usted dijo hace años que cuando se tiene una cornada, ya hay quien piensa que no se es un buen torero… ¡Y hay pocos toreros a los que el toro haya cogido más que a Tomás…!
–Además es que eso es una forma de ser en la vida. Yo estoy seguro de que José Tomás va a pasar a la historia por muchas cosas, pero sobre todo por ser consecuente con lo que dijo, otra vez Juan Belmonte, de que se torea como se es.
–Belmonte no se le va de la memoria. Supongo que su tío Fernando, por quien llegó al toreo, tampoco. ¿Cómo era?
–Mi tío era autodidacta. Me enseñó muchas cosas. Lo más importante, el valor de la personalidad y la inteligencia que hay que tener para seguir siendo querido, sin dejar de ser respetado. Es muy difícil conseguir que te respeten queriéndote a la vez.
–Caramba eso sería una buena receta para el amor... ¿Trasciende el idioma taurino?
–Sí, trasciende. Es decir, no le pierdas la cara. Por si acaso. Y me equivoco y aprendo, me equivoco y aprendo...
–Ese sube baja constante parece una montaña rusa. Como su carácter. ¿Es difícil tener una vida normal después de haber sido torero?
–Sí. Sobre todo porque cuando dejas de serlo te das cuenta de que eres uno más y de que tienes que llenar tu vida con otras cosas. Yo he tenido suerte, pero hay otros toreros, muchísimo más figuras que yo, que han sido pobres hombres.
–¿Por eso cuando dejó un día de torear, con 35 años, decidió que se iba a Londres a ganar un campeonato de squash, otro de vela y a llevarse a la cama a una chavala que no supiera que era torero?
–En aquella época, tenía una lucha interior de decir: «Yo estoy toreando, no consigo el éxito, estoy malgastando mi juventud, malgastando mi sueño, no me compensa este sufrimiento…». Yo había sido «el torero» desde mi bachiller, en Valladolid era «el torero», en el servicio militar... Pero llegué a Inglaterra y era una mierda. Y entonces me di cuenta de que me mira una chica y de que la miro y de que hablamos de mil cosas y que me puedo ir a la cama con ella y me digo «¡Si yo puedo conquistar a una tía sin ser torero!». Fue un descubrimiento.
–Para hallazgo, el de su vuelta al ruedo, con enorme éxito.
–Lo más difícil de mi vida. Es decir, que te digan que tú puedes pero que no, y luego que digan que sí, conociéndote… Porque lo más bonito, incluso en el amor, es la novedad. Cuando no hay novedad...
–Hay que inventársela, ¿no?
–Pues yo me la inventé.
DE CERCA
«Cuando toreé en la feria de Lima, la Miss Mundo de la época quiso cenar conmigo. Me sentí orgullosísimo... Hasta que me enteré de que el año anterior, la misma chica había querido cenar con otro torero bastante poco agraciado. Nuestro denominador común era el traje de luces».
Personal e intransferible
Roberto Domínguez está divorciado, tiene dos hijos y una planta y una mirada de torero indiscutibles. Sin embargo su discurso es de filósofo. Incluso cuando habla de estampitas y muestra su Virgen de la Soledad heredada. «Yo he dependido de una profesión en la que tu valía y tu capacidad dependen de algo que se escapa a ti. La suerte, la providencia escapan a ti». Y él, que se siente orgulloso de su palabra, se escapa de los tópicos del torero, aunque lo sería otra vez si volviera a nacer. ¿Sería Roberto Domínguez de nuevo? «No», dice. Y me deja desconcertada.
✕
Accede a tu cuenta para comentar