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Antonio María Rouco Varela: «Si la familia enferma la sociedad quiebra»

El cardenal arzobispo de Madrid preside hoy por quinto año consecutivo la multitudinaria Misa de las Familias en la plaza de Colón

«Los frutos de la JMJ ya se ven»
«Los frutos de la JMJ ya se ven»larazon

Madrid- Don Antonio ultima en su despacho los detalles de la homilía que pronunciará hoy ante miles de familias en la madrileña plaza de Colón. El cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal presidirá la eucaristía que por quinto año consecutivo se celebra en Madrid y que ya se ha convertido en una cita tradicional en la que los cristianos manifiestan su fe en Navidad. Poco antes de esta convocatoria multitudinaria, recibe a LA RAZÓN y reflexiona sobre el lema de este año: «Gracias a la familia cristiana, ¡hemos nacido los jóvenes de la JMJ!».

–Año tras año, a pesar del carácter festivo de la cita, hay quien presenta la celebración del Día de la Familia como un acto «en contra de»...
–Si se va a favor de la familia, se va a favor de todos.

–El lema de esta edición hace una referencia directa a la Jornada Mundial de la Juventud.
–Ciertamente. Y eso, sin dejar la tradición de las misas de las familias que cumple cinco años centrada en celebrar lo que Juan Pablo II llamaba el Evangelio de la Vida, del Matrimonio y de la Familia, dentro de la Solemnidad de la Sagrada Familia de Nazaret, por razones que tienen que ver con una situación real por la que atraviesa el matrimonio y la familia tal y como se muestran en realidad, pero también en relación con el mundo de ideas y de opiniones del significado de la familia. Manteniendo esa tradición y motivaciones pastorales, es evidente que este año no se podía desligar de un acontecimiento tan fecundo y hermoso como la JMJ por dos razones principales. Primero porque en sus años de juventud está todavía muy relacionado con la familia, en muchos casos vive en la familia y segundo, porque es una de las grandes vocaciones que se le ofrecen al joven de cara al proyecto de su vida, y una vocación además profundamente cristiana. El matrimonio es la base de la que brota la familia y está radicada en el ser sacramental de la Iglesia. Estos motivos nos aconsejaban, y casi nos empujaban, a unir las dos celebraciones.

–¿Lo tienen complicado los jóvenes de hoy que tratan de edificar su matrimonio según los valores del Evangelio?
–Sí, tienen dificultades. La primera expresión de la sociabilidad del hombre es el matrimonio y la familia. Desde el principio de la historia humana está dañado, como muestra el Génesis con el pecado primero. Pero, ciertamente, hay épocas en las que esa herida es más grave que en otras, en las que superarla es más difícil que en otras. Atravesamos un momento histórico en el que definitivamente es más difícil para muchos jóvenes, sobre todo en la sociedad europea, primero de comprender, segundo de valorar y tercero de vivir, la verdad del matrimonio y de la familia como un gran bien, como un itinerario de felicidad. Hay dificultades de naturaleza intelectual que tienen que ver con la comprensión de lo que es el ser humano. Si se parte de una pura concepción materialista y utilitarista del hombre, no se entiende el matrimonio y la familia vividos desde la tradición cristiana, que además es la más común en la ética y la moral antes y después de Cristo. Pero si se considera al hombre como imagen de Dios, y con Cristo, llamado a la filiación divina, entonces no hay otro camino para que el don de la vida, que brota de la semilla del amor, pueda ser verdad y realizarse a través de la familia. Esa forma de plenitud cristiana asume lo natural, lo integra, eleva, cura, sana y lo eleva.

–En esa búsqueda de la felicidad, hay muchos matrimonios jóvenes que tiran la toalla cuando apenas llevan un año casados. ¿Por qué?
–Hay muchos jóvenes que ven y viven el matrimonio sin la preparación debida, además de estar dominados y condicionados por la cultura del egoísmo, del placer fácil, del hedonismo servido a la carta, de una vida sin un horizonte que va más allá. Se necesita una preparación espiritual, y la consiguiente psicológica y humana, para contraer matrimonio más allá de una amistad pasajera o más o menos tomada en serio. Cuando se va al matrimonio con la idea de «a ver si lo pasamos bien», el fracaso está servido. Por otro lado, los jóvenes tienen muy poca ayuda del ordenamiento jurídico y de la sociedad, cuando se trata como un asunto particular que sólo afecta a dos personas. Sin embargo, es una realidad viva cuyo significado para el bien común es importantísimo, nada menos que la fórmula, no sólo a través de la cual la sociedad crece biológicamente, sino también humana y espiritualmente.

–Un padre con seis hijos y 21 nietos que participará en la eucaristía comentaba hace unos días en LA RAZÓN que «la familia salva a la sociedad».
–Se trata de una filosofía, no sólo de la Iglesia, muy compartida desde distintos ángulos y perspectivas de aproximación al ser que define la familia como la célula de la sociedad. Por supuesto es la célula de la Iglesia, o, como la define también el Concilio Vaticano II, la Iglesia doméstica, una expresión que subraya cuál es su importancia para el destino de las personas y el bien de todos.

–Si la familia tose, ¿la sociedad se constipa?
–La imagen es débil. Si la familia enferma, se quiebra la sociedad. Y no sólo desde el punto de vista de los valores humanos más apreciados como el espíritu de servicio o la amabilidad, sino también desde el punto de vista económico. Por ejemplo, la economía de un pueblo donde la natalidad se hunde y la población se avejenta, la capacidad de producción y comunicación de bienes disminuye vertiginosamente, y la crisis está servida. También ocurre a la inversa. Cuando la familia funciona, en los momentos de crisis económica, el que no tiene trabajo, el que está solo y el abandonado tienen en ella el refugio más seguro. Así lo estamos comprobando con la situación que atraviesa nuestro país: la familia es la institución en la que más se puede confiar.

–¿Puede un Gobierno contribuir a que la familia quiebre?
–Ordenar la sociedad a través de la ley, que es la tarea principal de un Gobierno, puede ayudar mucho a la familia.

–¿Confía en que el nuevo Ejecutivo dé pasos adelante en ese sentido?
–Sin ánimo de comparaciones con el anterior, confío en que mejoremos en todo lo que tiene que ver con la política familiar y con sus expresiones jurídicas y legislativas. Hay algo evidente que nadie puede discutir de la realidad actual: el nivel de apoyo tan bajo que se ofrece en España a la familia para que pueda cumplir con su misión a través de la acción y políticas del Estado. La ayuda económica que recibe una familia en Francia o Alemania está a unas distancias enormes de lo que recibe en nuestro país, que es prácticamente nada.

–Y todo eso que no hace el Estado lo asume la Iglesia a través de Cáritas, de los institutos religiosos, los Centros de Orientación Familiar...
–Uno de los objetivos de la acción pastoral de la Iglesia es llegar al hombre en su estado de pobreza. En estos últimos años, ha sido un reto trabajar para que las familias con dificultades, que van en aumento, puedan salir adelante. Tenemos especialmente presentes a las familias que tienen problemas, aquellas en las que su estructura falla porque se han roto o están en situaciones límites. El camino para resolver esos problemas es volver a la plenitud de la verdad de los bienes de la familia.

–¿Cómo animaría a un matrimonio que está a punto de tirar la toalla?
–Les invitaría a que piensen que amarse es muy importante. El amor es mucho más que expresiones efímeras y autocomplacientes de relaciones físicas. A veces amar cuesta, pero lo que cuesta, vale y valdrá mucho para siempre. Lo que no cuesta y se tira por la borda después reporta muchísimo dolor y fracaso.

–¿Qué mensaje le gustaría que las familias que participan hoy en este acto festivo llevaran a sus casas, parroquias y ciudades de origen?
–Me gustaría que llevasen la certeza de que Cristo está con ellas, que la familia de Nazaret es el hogar de todas las familias y que sepan acudir a Jesús, María y José cuando la tarea sea difícil o el gozo viene a casa.


«Los frutos de la JMJ ya se ven»
Han pasado cuatro meses de la JMJ, y el presidente de la Conferencia Episcopal hace balance de lo vivido aquellos intensos días en la capital en compañía de Benedicto XVI. «Los frutos de la JMJ se ven en Madrid y en todo el panorama de la Iglesia. De hecho, el Papa se ha hecho eco de ello hace unos días al repasar los principales acontecimientos de 2011. Los testimonios que llegan de las diócesis y de institutos de vida religiosa son muy positivos, porque expresan una tónica de vida llena de esperanza. En Madrid, como estuvo tan metida en la organización, sale por todas las esquinas. Los frutos vocacionales ya se notan y se van a reflejar en poco tiempo tanto en apostolado como en la vida consagrada, así como en el matrimonio y la familia».


EN PRIMERA PERSONA
Lejos de llegar a final de año agotado –y razones tendría tras el esfuerzo que supuso sacar adelante la Jornada Mundial de la Juventud–, el cardenal arzobispo de Madrid se muestra enérgico, animado y con energías renovadas con las que hoy afronta el Día de la Familia. Una ilusión que Antonio María Rouco Varela (Villalba,1936) vivió como el menor de seis hermanos, una familia que, como otras muchas de nuestro país, sufrió las consecuencias de un país en guerra. «Perdí a mi padre con siete años y, a través del testimonio de mi madre, siempre he tenido presente el amor que se tenían. Conociendo el amor que se profesaban, decir que la insolubilidad del matrimonio es un imposible es mentira», asegura el cardenal, que también recuerda la unidad con la que sus hermanos afrontaron las dificultades.