I+D
Barricas cero emisiones
«La calidad de un vino siempre va ligada a la barrica en la que se ha criado», recuerda Enrique Esteruelas, director gerente de Intona, Industrial Tonelería Navarra. Esta empresa ha dado un paso muy innovador, como es hacer barricas con huella cero de carbono, que la convierte en la primera tonelería que pone este sello en sus barricas. ¿Cómo? Con un plan de compensación de las emisiones que no pueden reducir en los procesos de producción. Porque, aunque la fabricación de los toneles es una actividad casi artesanal, también tiene su impacto ambiental.
Esteruelas, vinculado desde el primer día a esta joven empresa creada en el año 2000 que produce unos 10.000 toneles anualmente que compran bodegas de mucho renombre –incluidas varias ecológicas– apunta que «el proceso de fabricación de los toneles se realiza en gran parte a golpe de martillo. Nuestros impactos se ciñen al consumo de energía del serrado y lijado de los tablones, para lo que se necesitan equipos con motores muy potentes, porque la madera de roble es muy dura, y para el tostado, lo más importante en tonelería». En él, «a base de temperaturas y de tiempo, se desarrollan las propiedades organolépticas del tonel y se le aportan aromas que lo van a caracterizar». Y ahí la energía proviene del consumo de sus propios restos de madera.
Así que, sin renunciar a avanzar en eficiencia energética, la opción más inmediata era la compensación de emisiones en un proyecto de siembra para la regeneración de un robledal en el Pirineo navarro. Fue la propuesta que recibieron de «la entidad huellacero, que calculó nuestras emisiones, detectó las áreas de mejora y nos aportó una serie de buenas prácticas para reducir nuestra huella en los próximos años», explica.
100 toneladas menos de co2
Su compromiso es sembrar anualmente 7.000 m2 de robledal y mantenerlo durante cinco años. «Así –continúa–, se absorben las 100 toneladas de CO2 que emitimos cada año». Pero esta acción aporta más beneficios. «Estamos contribuyendo a regenerar el último robledal majestuoso de Quercus petraea, el roble albar, que queda en la Península».
El proyecto «pivota en torno al roble, pero se ha mirado desde muchos enfoques. Para los pueblos de la zona –Garralda, Garaioa, Aribe, y Oroz-Betelu–, en el área de influencia del bosque de Irati y cerca de Roncesvalles, supone una posibilidad de dinamización económica y social importante. Porque se quedará población que se estaba yendo y preserva y favorece la biodiversidad. Es un proyecto que, seguro, potenciará la oferta de turismo de naturaleza, de casas rurales, comercialización de productos de la madera o del bosque… y un largo etcétera».
Y todo esto ¿por qué? Ninguna norma obliga a esta industria a ir más allá que hacer las cosas bien, «realmente es cierto que no teníamos ninguna necesidad. Pero tiene toda una serie de componentes que hacen muy atractivo implicarse y comprometerse con esto».
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