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Un intelectual justo

La Razón
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La vida y obra de Havel está jalonada por un inabarcable sentido de lo justo, lo estético y lo equilibrado. Se rebeló contra aquellos que contaban mentiras en nombre de la verdad, perpetraban barbaridades en nombre de la justicia o rayaban en la infamia en nombre de la moral. Resistió y ganó, como dramaturgo y como político. Infatigablemente, sin reservas, sin tregua, sin complejos. Su anticomunismo fue con el paso de los años mucho más allá de la mera y frontal oposición al marxismo como ideología de semillas totalitarias y germen de odios colectivos.
Se extendió para tocar todas aquellas causas que tenían detrás la defensa global de los derechos humanos, el imperio de la Ley y la protección de las libertades más fundamentales. La cárcel le hizo más fuerte en sus convicciones, que pivotaron sobre el innegociable principio de que todos los ciudadanos debatiesen, en discusión abierta, aquello que a todos les afectaba.
Su transversalidad en la suma de apoyos es un halo de esperanza para los tiempos de crisis global que corren. Nos hace reflexionar sobre el poder de la sociedad civil cuando se organiza. Y nos subraya el hecho de que, frente a políticos que desgobiernan u oprimen, puede ser decisiva esa masa de artistas, científicos, periodistas, funcionarios e intelectuales que se levantan, de forma racional y musculosa, contra un estado de cosas. Y lo cambian de forma revolucionaria.
Hasta el último de los días, quizá por haber estado a uno y otro lado de la mesa, apoyó un modelo de Estado en el que la clase política escuchase a la clase ilustrada, depositaria ésta de ideas, impresiones y reflexiones radicales susceptibles de ayudar en el progreso y en la conformación de un mundo mejor.
Su fuerte vocación europeísta y atlantista le granjeó no pocos enemigos dentro y fuera de la República Checa, más en la izquierda que en la derecha. Algunos simplemente no entendieron a un espíritu crítico y franco que se obstinó, hasta ayer mismo, en convertir en posible lo deseable.