Cataluña
Escocia no Lincoln por Agustín de Grado
Están eufóricos. David Cameron, un conservador británico de quien no esperaban nada, les ha facilitado el espejo en el que mirarse: Escocia. Leo en «Gara»: «La UE no puede aceptar que Escocia vaya a votar y Cataluña y Euskal Herria no». Y en «La Vanguardia»: «El Reino Unido ha encontrado encaje jurídico entre la legitimidad democrática expresada en las urnas y la legalidad vigente». El País Vasco alumbrará el domingo una gran mayoría antiespañola. Las elecciones catalanas vendrán después. Entonces, el problema estará en la mesa con toda su crudeza. En la del Gobierno, que deberá darle respuesta. También en la de todos los españoles, pues es la integridad de la soberanía nacional la que están pretendiendo romper de forma unilateral cuando fuimos todos quienes hace 35 años decidimos en libertad fundamentar en ella nuestro régimen constitucional. Esta es la razón de que no sea Escocia, sino el proceso fallido de la secesión norteamericana, el que ayuda a entender la amenaza de ruptura que sufre España. En 1860 los estados norteamericanos ya no conservaban su soberanía originaria; los ciudadanos de todos ellos («Nosotros, el pueblo») la habían cedido en 1789 para «formar una Unión más perfecta» que asegurase «para nosotros mismos y nuestros descendientes los beneficios de la libertad». La secesión no era un derecho. Quebraba el principio del gobierno democrático. No se puede consentir a la minoría romper la baraja cada vez que la mayoría no se deja persuadir de su pretensión. Menos aún cuando trata de imponerla bajo amenaza de subversión. Defendiendo la Unión, Lincoln aseguró la supervivencia del que entonces era el único gobierno representativo sobre la Tierra. Son momentos para releer al gran presidente norteamericano y, con él, responder a los secesionistas: «Ustedes no tienen derecho a romper la Unión, pero yo sí tengo la misión de proteger, defender y preservar la Constitución y la nación».
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