Quito
OPINIÓN: A Mons López Marañón
Me he enterado de tu huelga de hambre en un parque de Quito. Eres hijo espiritual de Teresa y de Juan, quiero decir, carmelita y castellano, de Burgos. Has sido muchos años obispo de Sucumbíos en Ecuador, servidor del Evangelio entre los más pobres, entre aquellos para quienes el Evangelio todavía es noticia. Para nosotros, católicos en la sociedad de consumo, el Evangelio es raíz, tradición, identidad. Es cosa ya sabida. No es, por ello, noticia. Entre nosotros, cuando el sacerdote predica su homilía, suele aclarar que no va a decirnos nada nuevo, que sólo va a recordarnos lo que ya sabemos de sobra. A nosotros, católicos visibles o invisibles, el Evangelio no nos sabe a novedad.
Nuestra Iglesia tiene dos mil años de historia, así que ha visto ya muchas novedades y soportado muchas mudanzas. No en vano, por cierto, nos frecuenta, o bien la congoja que llaman seriedad del hombre con principios o bien el júbilo tenido por virtud del que repite por las calles: «Dios te ama». Pero en una iglesia joven y pobre, como la tuya, todo es diferente. En ella no cabe la congoja porque se sabe llorar y gritar de dolor. No cabe, tampoco, el júbilo del que ya lo tiene todo y nada espera. No me extraña, por ello, que, siendo una la Iglesia, vivamos como si fueran dos: la tuya, en la que se grita y se espera porque se lucha; la nuestra, en la que todo es ya sabido, en la que los gritos molestan y los conflictos son simples diferencias de opinión.
Vosotros vivís de una tierra que se os roba. Nosotros de un tiempo que nos obsesiona: ¡hay que ver lo descreída que es ahora la gente! A nosotros nos quieren robar a Dios. Pero a vosotros os quieren robar la vida y dejar a Dios.
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