Novela
Cambio de planes
En la vida de un hombre hay un tiempo para hacer planes y otro posterior, bien distinto, en el que la elección consiste en decidir qué cosas dejarás definitivamente sin hacer. Cuando tenía dieciocho años me hacía ilusión casarme con una mujer que me doblase la edad. Mientras escucho a Chet Baket interpretando «Almost blue» echo mano de mi lista de descartes y es evidente que ya no encuentro interesante liarme con una mujer que me doble la edad, sobre todo porque las chicas de 120 años salen poco. He tenido que revisar ese aspecto de mi vida y modificar muchos de los planes que no hace tanto tiempo aún me ilusionaban. Ahora salgo poco por la noche y cada vez que lo hago me doy cuenta de que son muchas las cosas que han cambiado en poco tiempo. Todavía aguanto bien el tabaco y las copas, puedo discutir acaloradamente, resistir ocho horas arrimado de pie a la barra del «Corzo» y aceptar sin rechistar el fingimiento de quienes por adulación dicen que me encuentran como siempre. En mi última salida incluso soporté durante un buen rato el desafío dialéctico de un portugués que dedica buena parte de sus noches al placer que le produce armar jaleo con cualquier motivo. En un momento dado sus improperios subieron de tono. Entonces mi cuerpo hizo memoria de otros tiempos y me dejé llevar por el impulso de enfrentarme a aquel tipo sin retroceder un solo palmo del lugar que ocupaba en la barra al lado de sus embestidas. Me consta que ya no soy tan impulsivo como hace algunos años, pero quise recordar mi malicia de perro, de modo que le dije que si no cambiaba de actitud se iba a encontrar con mi vaso estampado en su cara. El portugués me miró a los ojos. «¿Harías eso?¿Me partirías el vaso en la cara?». Volví la mirada hacia el espejo que hay al otro lado de la barra y ví reflejado su rostro sorprendido, incrédulo. «Sí, eso haré si no cambias de actitud. He intentado convencerte con palabras de que vas por mal camino y sigues empeñado en molestar». Entonces aquel tipo retrocedió dos pasos a lo largo de la barra y se acodó en su sitio. Después el barman sirvió una ronda por cuenta de la casa y el portugués y yo brindamos a lo lejos. Seguramente él también pensó que unos años antes nos habríamos liado a golpes, pero que ahora éramos mayores y lo mejor era mirar el reloj y cambiar de planes. Acababan de dar las siete de la mañana. Puede que volvamos a vernos. Pero para entonces seguro que sólo le encontraremos sentido a pelearnos por el dudoso placer de pagar las copas.
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