Hollywood
La mujer que besó a «dios»
Dolores Hart fue la primera mujer que besó a Elvis en una película: dejó el cine e ingresó en un convento
Dolores Hart tiene un lugar muy especial en la historia del cine: haber sido la primera actriz que besó al Rey, en su segunda película, «Loving You» (1957). Los fans de Elvis Presley debieron de pensar que Dolores Hart había tocado el cielo besando al nuevo ídolo del rock'n'roll. ¡Cuán equivocados estaban! Al año siguiente volvió a besarlo en «King Creole» (1958), la mejor película y, sin duda, la mejor interpretación de Elvis en un papel dramático. En este filme, Dolores Hart interpreta a una recatada camarera de una tienda en donde Elvis entra para distraer a las dependientas cantando, mientras la pandilla del barrio roba.
Al personaje que interpreta Dolores Hart le enamora el desparpajo un tanto canalla de Elvis y la canción «Lover Doll», en la que le canta, con su aterciopelada voz, que nunca había pensado que las «muñecas» crecieran tanto. Dolores Hart era la típica rubita con coleta, de ojos azules y piel dorada, casi transparente, de la que se enamoraban los chicos rebeldes y trataban de seducirla llevándola a una lúgubre habitación de hotel. En la puerta, descubrían que ella no era ese tipo de chica.
Poco antes de tomar la decisión que la llevaría a un convento de clausura, Dolores Hart protagonizó «Donde hay chicos» (1960), una comedia en la que cuatro chicas se buscan a sí mismas en el entorno veraniego de Florida, al tiempo que descubren el amor y el sexo, justo cuando se inicia el movimiento contracultural y de liberación sexual en Estados Unidos.
Dolores Hart tuvo tiempo de hacer media docena de películas, de escaso interés, antes de comprender que la llamada de Dios estaba por encima del brillo de Hollywood, en donde había conseguido un cierto estatus de actriz emergente en la MGM. Fue en Broadway, actuando en «El placer de su compañía», cuando empezó a cuestionarse su vida y la falta de sentido trascendente. Le recomendaron que se retirara durante unos meses a la abadía benedictina en donde ingresaría años después.
Ante el estupor general, Dolores Hart comunicó a la prensa que dejaba el cine para ingresar en un convento, en diciembre de 1962, a la edad de 24 años. Se retiró a la abadía de Regina Laudis, en el pueblecito de Bethlehem, en Connecticut, como monja de clausura. Desde entonces han pasado casi cincuenta años y la vida de aquella estrella juvenil de Hollywood, admirada por su dulce rostro y maneras suaves, se ha convertido en la madre superiora del convento benedictino. Tiene 73 años y ha vuelto al mundo secular dos veces, una para recaudar dinero para investigar la neuropatía idiopática periférica, que ella padecía desde 1997 y que sufren numerosas personas en Estados Unidos, y, posteriormente, para conseguir fondos para el convento.
Pero la noticia que ha llamado la atención de la Prensa ha sido saber que la madre abadesa Dolores Hart es miembro votante de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood. Cada año recibe las películas que tiene que visionar en su celda. Algo impensable en la cultura religiosa europea que una monja de clausura decida anualmente qué cinta recibe el prestigioso Óscar. Cuando se le pregunta si no son un tanto subidas de tono, Dolores Hart contesta: «Si eres benedictina como yo, se supone que eras capaz de integrarte en cualquier sitio».
Ser monja no entraba en sus planes. Y, sin embargo, pasando por Connecticut de gira promocional de «Francisco de Asís» (1961), pidió al chófer que parara delante del convento Regina Laudis, donde entró a rezar. Allí debió de tener una epifanía, pues decidió dejar a su novio, un hombre de negocios californiano, renunciar a una vida de lujo, dinero y fama e ingresar en la orden.
Junto a su amiga la actriz Patricia Neal, protagonista de «El manantial», construyeron un teatro junto al convento, donde se representan obras cada verano, y hasta su muerte, en 2010, fue uno de los soportes económicos del convento. Patricia Neal está allí enterrada.
Además de conservar su nombre artístico, a Dolores Hart le gusta llevar debajo del hábito un suéter y tocarse con una excéntrica boina negra con una estrella. Cada vez que un reportero le pregunta qué sintió besando a Elvis y si tocó el cielo al besarlo, la ex actriz contesta que sólo hay que mirar aquella escena para darse cuenta de que no era más que una película. Para ella, Elvis era un joven con una enorme capacidad de amor, pero nunca creyó que encontraría la felicidad. Era una persona solitaria. Ella, sin embargo, consiguió el amor divino, y para toda la vida.
Nunca lo pensó
Dolores Hart nunca pensó en meterse a monja, quería ser actriz, como su padre, Bert Hicks, un católico irlandés que se divorció de su madre cuando era niña, y sobrina del también actor y famosísimo cantante de ópera Mario Lanza.
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