Dopaje

Arrepentidos los quiere Dios por Julián Redondo

La Razón
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Oslo, 1993, cuando todo apuntaba a un triunfo de Miguel Indurain en el Mundial de Ruta, le sorprendió un joven ciclista de Texas con un ataque lejano. Lance Armstrong, arcoíris estadounidense, demostró con su acción y su finalización fortaleza, desparpajo e inteligencia. En plena progresión como corredor le diagnosticaron un cáncer de testículos con metástasis en el estómago, los pulmones y en el cerebro. Hay quien rubrica el parte médico, la mayoría, y quien duda de aquella inmensidad tumoral, una minoría. Contra todo pronóstico, doblegó a la enfermedad, la derrotó, y a continuación venció en 7 Tours. Milagro. Hizo trampas. Se rodeó de un equipo de gregarios que decían a todo que sí y ganaban más dinero del que podría pagarles entonces cualquier equipo. Cuando era preciso ponían el brazo para recibir la preceptiva dosis de EPO, o de hormona del crecimiento, y a fin de mes ponían el cazo. Ahora, muchos de aquellos sumisos aguadores, han denunciado al «Jefe», han descubierto cómo se dopaba y cómo los dopaba; y cómo Johan Bruyneel, el director del equipo invencible, les presentaba a médicos y ¿cuidadores? que iban a acelerar su rendimiento. No rechistaron.Después de ver el demoledor y clarificador informe de la USADA, que por ahora sólo merece silencio de la Unión Ciclista Internacional –quizá porque en él se afirma que tapó un positivo de Lance Armstrong por 80.000 dólares–, la conclusión de algunos opinadores es que el estadounidense era un tramposo, un gángster y un mentiroso infame –completamente de acuerdo–, y quienes le han dejado con el pompis y el historial al aire, unos héroes... Discrepo. Chivatos, sí; caraduras, también. Soplan, pero no devuelven el dinero que entre Johan Bruyneel, su director; Lance, su jefe, y ellos robaron a otros ciclistas que o no disponían de sus adelantos o competían en buena lid. No creo que Dios quiera a estos arrepentidos.